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Teniendo en cuenta que los medios de comunicación masivos, prácticamente en general no tienen la suficiente humanidad que se precisa para denunciar las injusticias que experimenta la Iglesia perseguida y martirizada en nuestro tiempo, muchos tenemos plena conciencia de que en estos momentos, tanto «el martirio como la multitud de clases de persecuciones hacia los cristianos, se producen en un número mucho mayor y con la misma crueldad que en los primeros siglos del cristianismo» (Francisco, 2016). El enemigo de Dios y de los hombres siempre ha tratado de destruir el signo que nos identifica como cristianos. No deberíamos de ignorar que en esta sociedad cada vez más descristianizada, los poderes políticos e instituciones de poder, junto a los poderes ocultos―actuando como títeres del Enemigo espiritual―, han puesto y siguen poniendo todo su esfuerzo en eliminar las cruces o crucifijos de los lugares públicos. «En todas partes se ataca a la Cruz, especialmente hoy a causa del materialismo ateo. Este niega la Cruz y la combate, porque no conoce más que este mundo, la carne, la rebelión. La lucha por la Cruz va arreciando más y más, va haciéndose cada vez más violenta.» (Casel O. 2011, p.71). En estas últimas décadas de secularización, especialmente en Occidente, donde se han retirado los crucifijos en prácticamente todos los lugares como pueden ser hospitales, colegios y demás instituciones públicas, los «enemigos de la Cruz de Cristo», tal como viene a definirlos san Pablo en su Carta a los Filipenses, tanto desde el plano espiritual como desde sus otras posibles manifestaciones, no quieren descansar hasta poder ver derribado este signo que nos identifica como cristianos, incluso también en las calles o vías públicas. Desde este momento no podemos descartar que, aunque los enemigos de la Cruz de Cristo quieran acabar con nuestro símbolo por representar precisamente a toda la cristiandad, la ocasión que se abre nos brinda la oportunidad de defender la presencia de este misterio en la creación tanto por su propiedad indeleble como indestructible, hasta tal punto que no hubiésemos podido imaginar. Desde este momento la predicación de este misterio debe de formar parte de la misión de todos los fieles laicos, pero especialmente de todos aquellos responsables que tienen una autoridad y responsabilidad dentro de la Iglesia. También deberían de involucrarse aquellas personas que estén dedicadas especialmente a divulgar cualquier material científico y espiritual que como en este caso puede servir para establecer puentes entre estas dos disciplinas.
¿Qué mejor noticia que remita al Evangelio podríamos dar a este mundo cada vez más descristianizado, si pudiésemos gritar de alguna manera que la Santa Cruz se encuentra en caracteres matemáticos en la naturaleza y en todo el universo? Podemos afirmar que ya es un hecho que queda fuera de duda y que nadie puede cuestionar, cuando ahora ya podemos demostrar que el signo que nos representa como cristianos lo encontramos también de una forma especial en algo tan cotidiano como viene a ser la tecnología de nuestro tiempo. ¿Cómo podemos dejar pasar esta oportunidad de evangelizar siguiendo los métodos científicos, cuando casi todas las personas ignoran que portan una cruz matemática y más cuando desde hace décadas los movimientos laicistas luchan a favor para hacer desaparecer este símbolo que ahora sabemos que se encuentra impreso en caracteres matemáticos en todo lugar?