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Lemaître propuso una teoría sobre el origen del universo, que en un principio llegó a denominarse «hipótesis del átomo primigenio» o el «huevo cósmico» y que en lo sucesivo se conocería más popularmente como la teoría del Big Bang. Con respecto a esta hipótesis del sacerdote belga, sabemos que «En el artículo titulado «El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica», publicado en la revista inglesa Nature, en su edición del día 9 de mayo de 1931, Georges Lemaître sostuvo que si el universo está en expansión, en el pasado, debería haber ocupado un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de «átomo primitivo». Lemaître publicó posteriormente otros artículos sobre el mismo tema, y llegó a publicar un libro titulado «La hipótesis del átomo primitivo». Esta hipótesis por parte de Lemaître, no solo fueron recibidas con fuertes críticas, sino con una abierta hostilidad por parte de científicos que reaccionaron, a veces, de modo violento. Varios científicos como fue en este caso Albert Einstein veían con desconfianza la propuesta del sacerdote belga, por el hecho de tratarse de una hipótesis científica seria, porque, según su opinión, podría favorecer a las ideas religiosas acerca de la creación.
«En sus inicios, la filosofía propuso imágenes para explicar el origen del cosmos, basándose en uno o en varios elementos del mundo material» (Benedicto XVI, 2019, p.170). Aunque hemos tratado de abrirnos mucho más allá de la dimensión filosófica, como hemos podido comprobar, en nuestro caso podemos decir que nos seguiremos apoyando en imágenes, con el fin de tratar de aproximarnos algo más en lo posible al misterio sobre el origen del universo. «Por tanto, la mente humana no solo puede dedicarse a una “cosmografía” que estudia los fenómenos mensurables, sino también a una “cosmología” que discierne la lógica interna y visible del cosmos» (Benedicto XVI, 2019, p.172).
A mediados del S.XVIII surgieron multitud de científicos y filósofos que fueron precursores en este caso de teorías cosmogónicas, y aunque existían muchas clases de hipótesis desde tiempos más remotos, no adquirieron suficiente precisión para ser examinadas cuantitativamente. La cosmogonía del astrónomo, físico y matemático Laplace (1749-1827), vino a emplear los métodos de la mecánica y los análisis matemáticos disponibles en su tiempo, para dar una explicación sobre el origen del cosmos. En la actualidad existe un gran número de personas que llegan a considerar que la verdad solamente se encuentra al alcance de algunas pocas mentes con tendencia al desarrollo científico, influyendo además el hecho de que en nuestro tiempo más que nunca tenemos a disposición mayores medios tecnológicos. Aunque lejos de esta realidad, la posibilidad de desarrollar una explicación cuantitativa sobre el origen del cosmos siempre ha estado al alcance de cualquier persona a lo largo de la historia. Desde la fundación del tiempo, podemos barajar algunas de las diversas razones por las que teniendo en cuenta el actual avance científico, nos aproximamos ahora un poco más al misterio del origen del universo, pues en verdad, desde un principio, hemos podido tener acceso a esta imagen escondida escrita en el lenguaje de los números y de la geometría. De la misma manera que la medicina contemporánea se sirve de las pruebas de imagen para examinar la anatomía interna de nuestro cuerpo, nosotros de una forma análoga, nos serviremos de estos medios semejantes para poder aproximarnos un poco más a la comprensión de este misterio sobre los orígenes, que se encuentran velados en la geometría de la Santa Cruz y en la ciencia de los números.
Evidentemente esto significa que alguien desde un principio, quiso grabar o estampar esta imagen hasta ahora escondida, para que en algún momento de la historia pudiésemos llegar a reconocer que esta obra tiene un Autor. Aunque no deja de sorprender esta novedad que es al mismo tiempo antiquísima, deberíamos de recordar en primer lugar que Él nos anuncia por medio del Evangelio que «no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a la luz» (Mc 4,22). Aunque esta iniciativa pudiese parecer un auténtico desafío para la razón, se hace preciso a su vez que recordemos el pensamiento que tuvo Dios cuando los hombres comenzaron la construcción de la torre de Babel: «Todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible» (Gn. 11, 6). Sabiendo que Jesús siendo Dios fundó la Iglesia Católica, para convertirnos en el pueblo de la Nueva Alianza y que además por nuestra parte aprovechamos toda ocasión para tratar de darle gloria ¿por qué razón podría resultarnos algo imposible el hecho de poder tener acceso a este misterio de su creación cuando partimos de esta visión?
Llegados a este punto, es necesario que podamos considerar que cuando nos referimos a la esencia de los números, es para conocer lo más íntimo o escondido a nuestro conocimiento, ante aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas. En primera instancia, puede resultar de cierto impacto que, con tanta riqueza surgida desde la propia rama de la ciencia, hayamos podido pasar por alto algunos detalles básicos, pero importantes, que podrían ayudarnos a comprender de una forma sencilla algunos detalles fundamentales sobre el origen del universo. Tendremos por tanto la ocasión de introducirnos un poco más en la intimidad de los primeros números naturales, pues como ya hemos adelantado, las metamatemáticas constituyen los pilares fundamentales de las ciencias matemáticas.