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«De hecho, como el mundo en su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación» (1 Co. 1, 21). En esta ocasión también podemos decir que ahora en nuestro tiempo la Santa Cruz se cubre con los vestidos de la ciencia y, aunque esta predicación pueda parecernos una locura o como dicen otras traducciones de la sagrada Escritura «una tontería», deberíamos de tener en cuenta que el Espíritu Santo, en cada uno de los momentos más críticos para la Iglesia y a su vez para toda la humanidad, nos ha guiado de muchas maneras y en la mayoría de estas ocasiones lo ha hecho sorprendiendo a la inteligencia del hombre. Por esta razón debemos recordar también la Escritura nos dice que: «la riqueza de Dios es un abismo de sabiduría y de ciencia, sus designios son insondables e inescrutables son también sus caminos» (Rm. 11,33). Por esta razón este misterio de la ciencia de la Santa Cruz supone desde este momento una pequeña semilla que se puede comparar a la de un grano de mostaza, pues dependerá de la fe de los cristianos y hombres de buena voluntad que quieran cultivarla, para que con nuestro esfuerzo unido a la gracia de Dios podamos recoger de esta manera frutos de salvación.
Podemos tener en cuenta que, hemos demostrado en una amplia parte de este estudio de una forma explícita, que la Santa Cruz es la humilde Firma con la que Dios ha sellado su creación, llegando a ser esta la mejor forma que le ha parecido oportuna para poder crear toda estructura. El hecho de tener en cuenta esta última consideración, nos debe de hacer comprender que forma parte del compromiso para cualquier cristiano el hecho de buscar siempre y por encima de todo, la gloria de Dios. Esto nos lo recuerda la oración del Padre nuestro que Cristo nos enseñó, cuando concretamente exclamamos: «santificado sea tu Nombre». Se puede considerar, por tanto, que por medio de este proyecto de evangelización se hace un servicio a la fe, ya que hacemos una apología directa al instrumento con el que Dios quiso redimirnos del pecado. Esta apología forma parte de la misión de cada uno de nosotros los cristianos estamos llamados a defender, pues la Santa Cruz es nuestro estandarte de combate en esta vida, pero al mismo tiempo es también el signo de nuestra victoria y triunfo completo. Este Sello de Dios en su creación expresa una realidad que tiene un significado inequívoco, pues todos los hombres estamos llamados a la Unidad, para que pueda producirse un mayor entendimiento entre nosotros los cristianos y también con todos aquellos hombres que no tienen fe o tal vez por alguna razón se han alejado de la Iglesia, siendo ésta la única depositaria de este inefable sagrado misterio. Si «Él unió a judíos y a gentiles en un solo pueblo cuando, por medio de su cuerpo en la cruz, derribó el muro de hostilidad que nos separaba» (Ef. 2,14), desde este momento en adelante podemos afirmar que, por medio del misterio de la ciencia de la Santa Cruz podemos romper también el muro hostil que hasta ahora ha impedido la necesaria unidad que debe haber la razón y la fe; la ciencia y la espiritualidad. Teniendo en cuenta todos estos principios que hemos ido enumerando a lo largo de todo este estudio, quizá no se encuentre tan lejano el día en el que pueda a ser valorada la dimensión espiritual y experimental de la Santa Cruz como una parte imprescindible del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Dios nuestro que, de una manera admirable has manifestado tu sabiduría escondida, con el escándalo de la Cruz, concédenos contemplar con tal plenitud de fe la gloria de la pasión de tu Hijo que siempre nos gloriemos confiadamente en la Cruz de Jesucristo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Oración de la Liturgia de las horas.