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5. Solari Parravicini, el enigmático portador del enigma: descubriendo a su guía, fray José de Aragón.  

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A Solari lo ve el vulgo como un personaje raro, de la nueva era, del “fenómeno OVNI” (él nunca dijo ser abducido, eso fue una interpretación del obsesionado Fabio Zerpa, cuando le relató su visión), un espiritista, un horoscopero (él testimonió, por ejemplo, que no sabía quién era el Hombre gris y que muchas psicografías simplemente no las entendía), entre otras cosas. Solari era en realidad un profundo católico de una muy profunda familia católica, lleno de virtudes como la fe, la caridad, la mansedumbre, la paciencia hasta la muerte, la obediencia, la generosidad, la entrega y tantas otras que esperamos nos describa un biógrafo visionario, porque este personaje extraordinario no puede tener un biógrafo ordinario. Solo después, solo entonces, se entenderá por qué fue elegido por Dios, dejará de vérselo como un adivino y empezará a buscarse el verdadero Mensaje en su vida y no en sus psicografías, que eran dictados por el Alto y que por lo tanto son indescifrables desde nuestra minusvalía humana.

¿Quién develará el enigma?

Dios se basa en simbolismo, parábolas y Misterios sagrados. Siguiendo esta línea, ¿dónde fueron a parar los retratos que pintaron de Solari Parravicini y por qué desaparecieron?, ¿por qué este hombre pasó desapercibido toda su vida como en el cuento de Franz Kafka “Un artista del hambre” y por qué cada tanto reaparece inusitadamente como cuando se asoció una de sus psicografías al derribo de las “Torres gemelas” de Nueva York?, ¿quiénes fueron los supuestos policías que se llevaron el arcón de su obra y por qué?, ¿por qué si un presidente argentino y un rey belga quisieron sus obras no tuvo el reconocimiento artístico que se merecía? e innumerables preguntas más.

Leemos en Dibujos proféticos Tomo I de Sigurd Von Wurmb, el testimonio de Benjamín Ramón Solari Parravicini:

Fray José de Aragón

El Salón de Arte del Banco Municipal de Préstamos rápidamente se impuso en el ámbito artístico. Las diferentes asociaciones de artistas apoyaron la laudante iniciativa. Instituciones benéficas le llevaron los trabajos y productos de diferentes asilos. Las señoras y niñas de cortos recursos portaron sus labores; jóvenes artistas, no conocidos aún, pidieron ser atendidos en sus tímidos principios, y olvidados ancianos igualmente portaron sus obras.

Día a día, el Salón avanzaba avasallante. Infatuados personajes del Arte discriminaron en su contra; ellos no rebajarían jamás, repetían molestos, a exponer en salones creados para caridad y en un lugar prestado,

Tales palabras, conceptos retrógrados, en una hora de nuevas directrices, se perdieron sin eco. El Salón no necesitó de sus trabajos, ni de sus presencias omnímodas.

Día a día, el Ángel Guardián, atento y cuidadoso de su pupilo indicaba el artista próximo a llegar, el que debía ser prestamente atendido, el que vendería de inmediato y el nuevo que había de lanzarse a la notoriedad. Con tan protector amigo… ¡el Salón marchó!

Y fue éxito.

Una noche dijo: “Hijo mío. Si aconsejado y dirigido eres por mí, tu Ángel, debes saber que yo soy tan sólo un emisario del Alto; emisario que llegué a ti para enseñarte en fe, y hoy que lo sabes debes ser con el prójimo, lo que yo bien fui contigo.

Comienza paciente a exaltar la fe entre tus empleados y ordenanzas, que dispones dentro de tus salones. Necesario es; y para ello coloca en el dintel de la puerta de entrada una estampa de San Cayetano, protector de trabajo, y en la oficina al Patriarca San José.

Hoy, por fin, podré revelarte por qué tú llevas desde criatura esa ferviente vocación: San José, hijo mío, nos protege. Él fue mi devoto, en el día que viví el mundo, y en esa vida me llamé José.

Quiero pues, hacerte conocer ‘mi verdad’: Yo fui fraile franciscano, pertenecí al Convento de la Orden en La Rábida, España. Mi nombre y apellido fue José de Aragón.

Fray José fui en nuestra comunidad religiosa, y si bien yo fui José por heredad de familia, en la Orden me fue otorgado por conocerse en ella mi íntima devoción hacia él. San José supo colmarme de favores grandes, y de palpables hechos milagrosos: igualmente hijo mío, él hoy colma tu casa y a ti.

Tú, desde que naciste, recibiste su clara protección; fui yo entonces encargado de tu destino, se me entregó tal misión, con el deber de guiarte hasta el final de tus días, respetando tu manera y acción para no anular tu vida. Debes saber que tu yo no debe ser tocado: eres tú su dueño y debes cumplir tu mandato.

Eres en el libre albedrío. Eres entre el bien y el mal. Yo estoy en ti, para el sano consejo, si es que lo quieres escuchar. Tú eres en ti, y nada yo podré hacer si tu no lo admites.

Si tal manera no así sucediera, seria anulación de mi astral vida… y tu perdición.

Entiende entonces… y comprende.

Tu santa madre, cuando tú naciste, enfermó gravemente; una complicada nefritis le llevaba a terminar sus días sin remedio.

Una noche, desahuciada por sus médicos, quedó sola y con ella tu padre, médico joven, entregado a la desesperación.

‘Nada queda ya que hacer’, se repetía, ‘solamente horas quedan’, y mentalmente pedía a Dios un milagro; era hombre de fe y aguardaba.

La mañana llegó, y con el amanecer alguien llamó a la puerta de la calle. José, fiel servidor de la casa corrió, y de regreso dijo: ‘Doctor, un repartidor dejó para usted una muestra gratis de un nuevo medicamento. Algo me dice, doctor, que bien pudiera servir para aliviar a la señora’.

Tu padre abrió el medicamento y efectivamente, como había pensado José, era indicado para el mal que aquejaba a tu madre, y sin perder momento le hizo tomar… y fue milagro. En el día los síntomas disminuyeron.

Frente al cuadro mejorado, y como el medicamento aún no estaba en plaza, pidió a colegas amigos si quisieran cederles sus recibidas ‘muestras gratis’.

Salvada tu madre, fue colocado en tu cuello, en el día de tu bautismo una medalla de San José, porque consideraron -ella y tu padre- al fiel José como inspirado del santo al haber dicho: ‘Algo me dice, doctor, que bien pudiera servir este medicamento para aliviar a la señora’.

Hijo, comprenderás ahora el porqué de tu empeño, por querer pertenecer a la Congregación de San José, cuando ingresaste al Colegio Juan Bautista de Lasalle. El porqué de mi constante presencia en ti; el porqué de las estampas de San José como recordatorias de tu Primera Comunión, y del ‘San José de Plata’, que ofreciera en ese día tu vieja profesora particular.

¡Comprenderás más aún, luego de lo que te diré! San José fue tutelar de tu madre y de su familia, desde el lejano día en que tu bisabuela fuera madrina de la Iglesia de San José de Flores, en su inauguración”.

Una tarde en que el joven de Leo se hallaba solo en su oficina del Banco Municipal, llegó a él una anciana señora que con timidez le dijo: “Señor, ¿podría usted aceptarme para la venta en este Salón una pintura mía? Se trata de San José el Carpintero, le soy franca, ando un poquito necesitada de fondos, creo que él me sacará del paso, por no decir: ¡Estoy segura!”.

Esa misma tarde, sobre el muro principal de la oficina del joven de Leo, fue colocada la pequeña obra de la humilde pintora… de su San José.

Efectivamente la bisabuela de Benjamín fue madrina en la reinauguración de la Iglesia de San José de Flores en Buenos Aires, allí donde Jorge Mario Bergoglio encontraría su vocación, la que lo llevaría a ser el Papa Francisco. Benjamín era tan humilde que hay muy pocas fotos, autorretratos, sus obras permanecieron escondidas (hasta las que le regaló al presidente Alvear o al rey de Bélgica), tiene discos con grandes tangueros (composición instrumental), su abuelo materno fue esposo de Mariquita Sánchez de Thompson, su madre fue prima del actor Florencio Parravicini, su padre tuvo una banca como diputado… Fue uno de los más grandes argentinos del siglo XX y pasó desapercibido hasta después de su muerte:

Leemos en el libro “San José de Flores, un pueblo a dos leguas de la ciudad”, de Arnaldo Cunietti-Ferrando:

La iglesia de San José de Flores quedaba chica en el siglo XIX y la Providencia quiso que llegara a ella el párroco Feliciano De Vita, quien se hizo cargo de la diócesis en 1878, con experiencia en construcción de templos. Financió la construcción con aportes a obras benéficas de las familias ricas. Al año siguiente el arzobispo Federico Aneiros puso la piedra fundamental de la obra que se finalizaría en 1883. Fueron padrinos de esta ceremonia el banquero español José de Carabassa y la señora Dolores Nonell de Parravicini. Los padrinos del templo fueron el gobernador Dardo Rocha y la señora Felisa Dorrego de Miró.

“La iglesia estaba muy adornada y el altar mayor lleno de flores, donde sobresalía un ramo de casi tres metros que representaba las armas papales”

Coincidentemente el colegio Instituto Monseñor Aneiros de San José, en el barrio de Flores, Buenos Aires, era administrado originalmente por las Hermanas pobres bonaerenses de San José, carmelitas cuya figura señera es la Venerable Camila de San José Rolón.

Pero ¿quién fue fray José de Aragón?

Lo que él mismo nos dice nos da las pistas: fraile franciscano del Convento de Santa María de la Rábida de nombre terreno José de Aragón.

Los datos del Congreso Internacional de los Franciscanos en el Nuevo Mundo, de La Rábida, año 1989, reflejan el registro de una persona con este mismo nombre y apellido.

Dos criados junto a 22 religiosos misioneros franciscanos a La Florida… Existe la posibilidad que ese criado de nombre Joseph de Aragón, que hace referencia al último de la lista, haya podido tener vocación religiosa y que incluso se haya podido ordenar. (Paracatólicos, 2021).