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Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de la sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida destinada por Dios desde antes de los siglos para nuestra gloria, desconocida de todos los jefes de este mundo ―pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria―. (1 Co. 2,6-8)
Sin tener necesidad de mencionar las antiguas civilizaciones que también tenían consideración y estima al signo de la Santa Cruz como un símbolo relacionado con la divinidad, no cabe duda de que las referencias más significativas de este signo divino a lo largo de la historia han llegado a ser determinantes para toda la humanidad. Podríamos comenzar citando un breve relato al respecto en el Libro del Éxodo, cuando se describe la guerra con Amalec. En esta guerra Moisés sube a la cumbre del collado con la vara de Dios en su mano junto a Aarón y Hur (Ex.17, 8-12). Y sucedía que cuando alzaba Moisés sus manos, Israel prevalecía; más cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Llegada la plenitud de los tiempos, tuvo lugar la batalla universal del hombre frente a la muerte y la esclavitud del pecado, siendo el protagonista de toda la historia el Hijo de Dios, que especialmente desde su alzamiento en su Cruz, Dios Padre quiso recapitular en Cristo todas las cosas (Ef. 1,10). En este momento Dios Padre, permitió que sus sagrados miembros fuesen clavados en la Santa Cruz, convirtiéndose sus sagrados clavos en los instrumentos que le permitieron mantenerse elevado en esta posición, para que pudiésemos ganar el combate universal, de la misma manera que sucedió a pequeña escala con Moisés en la cumbre con Aarón y Hur. Esta batalla que ganó el Hijo de Dios para nosotros los hombres, se prolonga a lo largo de los tiempos, actualizándose cada día cuando se celebra la Santa Misa, que es el momento donde se consagran las especies del pan y el vino, convirtiéndose por medio de las manos del sacerdote en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Otra victoria que supuso la permisión a los cristianos para seguir viviendo su fe fue la batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre del año 312 d.C. Tras una visión, el emperador Constantino instituyó un nuevo estandarte para marchar a la batalla al que llamaría Lábaro. La visión de Constantino se produjo en dos partes: En primer lugar, mientras marchaba con sus soldados, vio la forma de una Cruz frente al Sol. Tras este acontecimiento, tuvo un sueño en el que se le ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte, ya que vio una Cruz con la inscripción «In hoc signo vinces» (Con este signo vencerás). Mandando pintar de inmediato esta señal en los escudos de su ejército, venció a Majencio. Tras estas visiones y por el resultado militar de la batalla del Puente Milvio, Constantino se convirtió de inmediato al cristianismo. La conversión de Constantino supuso además en febrero del año 313 que se retiraran las sanciones por profesar el cristianismo, bajo las cuales, muchos habían sido martirizados como consecuencia de las persecuciones a los cristianos y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. Sin contar las innumerables victorias sociales y personales que Dios nos ha conseguido ganar por medio de la Santa Cruz a lo largo de la historia, como podemos apreciar, no se requieren demasiados recursos para poder reconocer que el triunfo de la Iglesia lo encontramos ahora en nuestro tiempo en este Lábaro, en este Estandarte que como ya hemos tenido la ocasión de conocer se encuentra también en caracteres matemáticos en todo lugar. Teniendo en cuenta los precedentes científicos que hemos expuesto a lo largo de este estudio de investigación y considerando al mismo tiempo la historia de la salvación, nos encontramos de nuevo de una forma actualizada con el signo que representa la Victoria definitiva de Cristo.