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Michel de Certeau ha señalado que los santos locos bizantinos fueron precedidos por una «santa loca», una arrebatada, que pasa por el desierto de Egipto y es llamada salé, la idiota, de la cual nos habla Paladio en su «Historia Lausíaca». Esta mujer vaga por un convento de más de cuatrocientas mujeres, fundado por Pacomio en Mené. Es una mujer que no tiene nombre en la historia de Paladio,pero que luego tendrá sucesores ya individualizados en diferentes textos: Marcos el Loco en Alejandría (siglo VI), Simeón el Loco en Emesa, Siria (siglo VI), Andrés Salos en Constantinopla (siglo IX), entre otros. Siglos más tarde, esta locura, sube al norte y se hace numerosa. ¿Qué significan para la vida espiritual bizantina estos santos locos?
El pasaje de la obra de Paladio donde se narra la historia de la mujer loca de Mené fue más tarde titulado «la que finge ser loca» : su locura entonces ¿es real o simulada, y si es simulada cuál es la razón de hacerlo? Para de Certeau la descripción de la loca de Paladio es la de un desprecio repugnante, de un cuerpo que no se le reconoce sentido, es una cosa no simbolizable, sin embargo, su función de sirviente de cocina nos remite , según el análisis de de Certeau , a un ámbito de servicio; ella (la excluída) permite el reparto, la circulación y la comunidad. Sin embargo, cuando le solicitan la bendición (bendíceme Madre, dice el monje) ella se retira, respondiendo bendíceme tú. El monje la coloca en una función central, pero ella rehusa a tomar ese lugar. El monje regresa a su propio lugar, la mujer queda en la nada, sustraída, desviada, distraída, soñando. De Certeau dice que esta mujer tal vez esté loca porque se ha perdido en el Otro.
Luego de estas «locas de convento» aparecen otros locos (móroi), idiotas (saloi) y extravagantes (execheuomenoi). De la historia de la loca de Mené permanece la burla como tema central, hay una ironía, una paradoja espiritual que es resaltada por la hagiografía monástica, pero en Bizancio aparecen luego los «locos de ciudad»: la «locura» se asume por algunos monjes o cristianos comunes como un modo de aislarse de la población. Es una forma de hermetismo, ya no asentada en el desierto, sino en la ciudad. La locura los aísla más eficazmente que una celda. Simeón de Emesa decía «Parto para burlarme del mundo». En la «Historia Eclesiástica», Evagrio cuenta que Simeón se había entrenado lo suficiente para alcanzar la apatheia y que para que todo le fuese permitido en Emesa se hace el loco. Aún con el hábito, pero remangado, Simeón se desnuda para entrar al baño de mujeres, finge violar a una mujer, se esfuerza por pasar por mal cristiano, perturba la liturgia en las iglesias, el jueves santo come pasteles y carne. Es un provocador, quiere derribar el edificio, dice Evagrio. Irrita, transgrede, se burla.
Entre el texto de la loca de Paladio y la historia de Simeón, tenemos a Marcos el Loco (siglo VI), que pasea desnudo por Alejandría, roba en los mercados, duerme en las bancas públicas, sin embargo, se narra su encuentro con un anciano, quien termina diciendo que a Marcos hay que llevarlo ante el Papa, pues no habría en la ciudad un «tesoro semejante». El anciano descubre en la «locura» de Marcos un tesoro. El santo loco es un misterio, es una ausencia. Su risa es un no-lugar. Lo buscan y no responde. Pareciera que el santo loco con su locura pretendiera hacer una especie de labor «teológica» consistente en elaborar en la iglesia una alteridad, para que los cristianos no olviden lo central de la fe y de la vida espiritual. Los santos locos están ocultos y deben ser descubiertos, como lo hace el anciano . Deben huir hacia las «fronteras», que ya no están en el desierto, sino en el no-lugar de la extravagancia. Su desviación explica porque están seducidos por un absoluto.
Sin embargo, es preciso no olvidar que los textos siempre hablan de que simulan locura: es decir, están disfrazados, construyen un personaje. Desaparecen de un espacio público para reaparecer en un espacio negado. Cuestionan las identidades. Borran las diferencias de sexo (¿hombres o mujeres?) y las del logos (¿sabios o locos?). Evagrio escribe que «quieren ser hombres con los hombres y mujeres con las mujeres, y participan en uno y otro sexo sin ser ellos mismos de ninguno». Hay en esto un secreto. Por ello, de Certeau señala que su estudio debe ser hecho a la manera de una investigación sobre el silencio y la ausencia.
Estudios recientes han releído la tradición de los santos locos como una reaparición del cinismo griego en la antigüedad tardía y en el mundo bizantino. S. Matton ha sostenido que existen semejanzas entre cinismo y monaquismo. Cita a Juliano cuando desprecia a los monjes de la Tebaida por su parecido a los cínicos. Desde la perspectiva de esta recuperación de la «razón cínica» en el cristianismo antiguo , los monjes locos son reconocidos por su humor ácido y su crítica rebelde y radical, y seguidores fieles de la naturaleza, que se mofan de las penas y preocupaciones ajenas con total desvergüenza, liberados de toda sujeción institucional, que predican la autosuficiencia, la austeridad extrema y la extravagancia para alcanzar la tranquilidad de ánimo y la vida feliz. Los cínicos son «perros» (kúon), símbolos para los griegos de una vida expresiva propia y soberana y de la risa sabia ante los vaivenes de la fortuna.
Michel Foucault hablará del cinismo como una forma de filosofía en la que el modo de vivir y el sincero discurso acerca de la verdad están entrelazados. El cínico es el hombre auténtico y que rechaza la ética impuesta, valorando lo «esencial» y rechazando los usos comunes como sospechosos de una mala manera de vivir. Por ello, construyen sus vidas fuera de las normas , son anormales (e-normes) y alitúrgicos. Ellos elaboran su propia escenografía de vida para hacer visible la verdad, que se manifiesta principalmente en el cuerpo, lo que se vincularía con la tradición ascética cristiana monástica que ha colocado el cuerpo en el centro de su fábula mística.
José Simón Palmer ha estudiado la hagiografía bizantina, señalando la importancia que tiene en ella el lenguaje del cuerpo. Así es común que se asocie la perfección espiritual con parecerse lo más posible a una estatua, mostrándose el monje solemne y tranquilo. Sin embargo, Palmer señala que este ideal corporal de la hagiografía bizantina poco tiene que ver con el ideal corporal de los santos locos. Palmer los define como personas que sirven a Dios bajo el disfraz de la locura. En algunos casos tal disfraz no se descubre hasta la muerte del santo. Si su simulación es descubierta antes éste huye y se esconde, o bien, realiza una acción tan extravagante que nuevamente convence a la multitud de su locura.
En la «Vida de Simeón el Loco» escrita por Leoncio (VS), el santo loco, aparece vinculado al monaquismo, se resaltan sus virtudes ascéticas y se produce en él un cambio, una especie de conversión a una vida distinta, que consiste en adoptar este disfraz de locura («loco por la causa de Cristo», VS 145-168), para luchar contra la vanagloria y para practicar la caridad. Simeón se ve como otro Cristo, que entra a la ciudad asumiendo una ridiculez, que en algo se parece a la manera como es recibido Cristo en su entrada en Jerusalén: la gente duda, sospecha y se ríe de él. La acción de Simeón se desarrolla en la ciudad. Va arrastrando un perro muerto, como queriendo decir que ha muerto el cínico pagano (el perro) y que es él el nuevo cínico, el cínico cristiano. Se mueve entre el ágora, las tiendas y las calles donde identifica demonios (VS, 147, 153 y 157); pero su espacio principal está entre los pobres y los más despreciados de la ciudad: los actores, las prostitutas, los hechiceros, los judíos, los herejes. Circula en varios lugares y esta movilidad impresiona a los habitantes de Emesa. Cambia de barrio, a fin de que olviden sus buenas costumbres. A veces deja la ciudad y se retira a su cabaña donde ejercita prácticas ascéticas severas.
Evagrio había señalado que los monjes locos provenían de los monjes herbívoros del desierto, de los cuales sólo unos pocos lograban la apatheia. Ante tal situación vuelven a las ciudades y sin abandonar sus prácticas ascéticas, que son secretas, se hacen pasar por locos, pisoteando la vanagloria de sus propias virtudes. En el ámbito sirio, los santos locos son menos radicales y practican la caridad, aunque Leoncio nos presenta la figura de Simeón como un loco muy teatral, provocador y rico en lenguaje corporal. Los santos locos vienen a la ciudad a provocar con su locura una especie de contra cultura. En este sentido, conservan el carácter crítico del primer movimiento monástico cristiano (el monaquismo del Desierto). Los santos locos moderan el extremismo ascético pero radicalizan sus teatralidades espirituales quedando atrapados o sujetos a una percepción ambigua en la sociedad y en la Iglesia.
La conquista musulmana de Siria y Egipto, cunas de los saloi ,acentúo su decadencia en el siglo VII. Cuestionados por la jerarquía eclesiástica, los seguidores de Simeón limitaron sus acciones, pero su tradición fue recogida por la espiritualidad bizantina y luego por el cristianismo ortodoxo oriental, bajo la idea de una santidad oculta, sensible a la belleza, pero que no ostenta su virtud. Los santos locos son en la teología ortodoxa actual la memoria activa de cristianos que han sido fieles al cumplimiento de la sentencia novotestamentaria que dice «Vuestro adorno no está … sino en lo oculto del corazón» (1 Pe 3, 3-4). La tradición de los santos locos renacerá en la Rusia ortodoxa como enviados de Dios para «abrir brechas» y no dejar que los cristianos se dejen atrapar por el mundo.