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Los católicos tenemos un día en que celebramos “Todos los Santos”, o sea, de todos aquellos que el mundo considera locos: Éste es el que algún tiempo tomamos a risa y fue objeto de escarnio… tuvimos su vida por locura y su fin por deshonra (Sb 5,3–4).
Si queremos que algún día, no muy lejano, los cristianos que estén en la tierra, al festejar este día nos festejen a nosotros por estar entre el número de los santos, debemos prepararnos a que el mundo, ahora, nos considere locos. Porque Jesucristo y su doctrina, son «locura» para el mundo y los mundanos. Por tanto, los verdaderos seguidores de Cristo son tenidos por locos.
Si esto vale para todo cristiano, de manera especial vale para nosotros, religiosos, que por peculiar consagración entregamos nuestra vida entera a Dios en el cumplimiento de los cuatro votos, consagración «que radica íntimamente en su consagración del bautismo y lo expresa con mayor plenitud»[1].
1. Doctrina de Jesucristo
Las bienaventuranzas evangélicas, que valen para todo cristiano, tienen particular importancia para los religiosos. En efecto, ellos «en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas»[2]. Y no existe nada más opuesto al mundo que las bienaventuranzas: «Lo que todo el mundo huye –dice San Juan Crisóstomo–, eso nos presenta el Señor como apetecible».
El mundo reclama riqueza, Cristo reclama pobreza, el mundo premia a los vengativos, Cristo premia a los mansos; el mundo exige placeres carnales, Cristo exige mortificación; el mundo llama «vivos» a los injustos, Cristo a los que tienen hambre y sed de justicia; el mundo considera fuertes a los duros, Cristo a los misericordiosos; el mundo exalta a los lujuriosos, Cristo a los puros; el mundo admira a los violentos; Cristo a los pacíficos; el mundo busca la comodidad y el «pasarla bien», Cristo busca a los que «la pasan mal» y a los que sufren persecución.
Por eso, por vivir exactamente al revés de lo que el mundo quiere, por vivir de modo diametralmente opuesto a sus gustos, pareceres y decires, es que el mundo y los mundanos consideran locos a los católicos y a los religiosos verdaderos.
2. Ejemplo de Jesucristo
Hoy día, muchísimas veces, por vivir una religión ramplona, acomodaticia; por vivir amodorrados; por vivir un cristianismo sin preocupaciones por la extensión del Reino… hemos perdido el fuego de los primeros cristianos, hemos convertido la vida religiosa en algo frío, sin vida, en algo burgués y calculador, en religión de «señoras gordas». Algunas comunidades de religiosos nos recuerdan aquello atribuido al impío Voltaire: «se juntan sin conocerse, viven sin amarse, mueren sin llorarse».
Muy otra es la religión verdadera:
– es fuego: He venido a traer fuego sobre la tierra (Lc 12,49).
– es viento huracanado como en Pentecostés.
– es el despertar de la vida, es el aire fresco, es la salida del sol, es un hierro candente que derrama chispas, es sal y es levadura.
Por vivir de esa manera la religión es que el mundo llamó locos a Cristo y a sus seguidores, los santos.
Cuando Jesús habla de su resurrección, los judíos dicen: Está loco (Jn 10,20). Para muchos lo que supera la capacidad de la razón humana es locura.
Cuando Pablo predica la resurrección de Cristo, el pagano Festo le dice Tú estás loco, Pablo (He 26,24). La fe para el pagano es locura.
Cuando la sirvienta Rode cree en la milagrosa liberación de Pedro de la prisión, le dicen los cristianos incrédulos: Estás loca (He 12,16). Para algunos «cristianos» los milagros son cosa de locura. Como enseña San Pablo, los no iniciados o infieles al ver los carismas milagrosos: ¿no dirían que estáis locos? (1Co 14,23).
Si nosotros viviésemos el auténtico cristianismo y no el que se vive de cabezas huecas, corazones vacíos y panza llena… nos dirían locos.
Los santos deben desear ser tenidos por locos: «deseo más ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal que por sabio ni prudente en este mundo»[3].
¿Seguimos de verdad a Cristo, que nos amó hasta la locura –como le dice Santa Catalina de Siena: «¡Oh, loco de amor!… ¿porqué te has vuelto así loco? Porque te has enamorado de tu criatura…»– o seguimos al mundo?
3. ¿En qué consiste la locura del cristiano?
Hay que decir en primer lugar que así como la persecución para que sea evangélica debe tener dos condiciones: «que se nos injurie por causa suya (de Cristo) y que sea falso lo que se dice contra nosotros» (San Juan Crisóstomo), de manera parecida, para que el ser tenidos y estimados por locos sea bueno, debe ser por ser fieles a Jesucristo y que nosotros no demos ninguna ocasión para ello.
La locura cristiana consiste en que debemos vivir en el más, en el por encima, es decir, donde cesa todo equilibrismo, todo cálculo, todo «te doy para que me des». Lo cristiano comienza sólo allí donde ya no se cuenta, ni se calcula, ni se pesa, ni se mide. ¿Amas sólo al que te ama? ¿Das sólo al que te lo puede devolver? ¿Haces favores sólo a los que te dan las gracias? ¿Qué importancia tiene eso? ¿No hacen eso también los paganos? (Mt 5,47)[4].
La santa locura consiste en vivir las bienaventuranzas. Si no es locura vivir según las bienaventuranzas, es que la locura no existe.
¡Bienaventurados los locos por Cristo! Se los llevará de aquí para allá, se los calumniará de toda forma, se reirán de ellos y los tendrán por torpes, atrasados y débiles mentales. De ellos es el Reino de los Cielos.
¡Bienaventurados…!, porque viven la locura del amor sin límites ni medidas, que pasa aun sobre los lazos de la sangre, si éstos se convierten en obstáculo: Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14, 26). Es el amor convertido en espada que corta, que separa, que hiere, que estorba a la falsa paz. Eso nos trajo Cristo: No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada (Mt 10,34).
Es la locura de bendecir a los que nos maldicen (Ro 12,14), de no devolver mal por mal (Ro 12,17).
¡Bienaventurados los locos por Cristo!, porque se han despojado de sí mismos hasta los últimos harapos y están ante Dios en toda su candidez.
¡Bienaventurados los locos por Cristo!, porque son más pobres que una laucha, porque viven la pobreza triunfal, porque obedecen hasta la muerte, porque viven por María, con María, en María y para María.
¡Bienaventurados los locos por Cristo!, porque ninguna sabiduría del mundo jamás podrá engañarlos. No se dejan infatuar por la vacía charlatanería de los hombres, aun de los constituidos en autoridad. Ellos son la sal de la tierra y la luz del mundo.
Es locura decir después de trabajar todo el día por el Evangelio: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer eso lo hicimos (Lc 17,8); es locura saber que al que tiene se le dará más y abundará; y al que no tiene le será quitado (Mt 13,12); es locura vivir totalmente colgados de la Providencia Divina: No toméis nada para el camino, ni báculo, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni llevéis dos túnicas (Lc 9,3); buscar los últimos lugares: muchos primeros serán últimos, y los últimos primeros (Mt 19,30); ser esclavo de todos: Quien quiera ser el primero sea servidor de todos (Mc 10,43); humillarse: El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado (Lc 14,11); es la locura del perdón: Perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
Hermanos y hermanas del Verbo Encarnado:
No tengamos miedo a ser tenidos por locos por seguir a Cristo. No traicionemos el espíritu del Evangelio.
Cuando el mundo nos diga: ¡Mirad a los locos! Se les tiran piedras y ellos besan la mano que las tira. Se ríen y burlan de ellos y ellos ríen también como niños que no comprenden. Se les pretende excluir de la comunión eclesial, decretando su muerte eclesial por medio de las calumnias, las conspiraciones, el silencio, la desinformación y ellos se saben en el corazón de la Iglesia como en la mañana de Pascua. Se les golpea y martiriza: pero ellos dan gracias a Dios, que los encontró dignos. Cuando el mundo diga eso, señal de que vamos bien.
Hoy miremos a nuestros hermanos, los santos del Cielo; el mundo decía:
– ¡Mirad a los locos! Se los maldice y ellos bendicen.
– ¡Mirad a los locos! Se niegan a sí mismos, toman su cruz cada día, hacen penitencia, son infinitamente alegres, no tienen miedo de llamar las cosas por su nombre.
– ¡Mirad a los locos! De ellos se dice todo género de disparates y a ellos les importa un rábano. Se les busca sepultar con pesadas losas y ellos creen que pesan lo que una tela de araña. Se confabulan y traman planes contra ellos y para ellos esos planes vanos tienen menos consistencia que una burbuja.
– ¡Santa locura… locura del amor!, pero la locura de la Cruz hace más sabia que la sabiduría de todos los hombres.
[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa «Perfectae Caritatis», 5.
[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 31.
[3] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Tres maneras de humildad, nn. 165–167.
[4] Seguimos a Carl Bliekast, Ser cristiano, ¡Esa gran osadía!, Verbo Divino, 1960, passim.