Dirección:
C/ El Saltillo Nº 25 Almonte (Huelva) C.P.21730

Disponibilidad completa:

Whatsaap: 00-34-636753259

E-mail: buenanueva@hotmail.es

Testimonio de conversión

Spread the love

¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! Sí, toleradme (2 Co. 11,1).

1. Prólogo

Conozco a Suso desde hace años y le acompaño en su camino de fe. Por eso accedo gustoso a escribir estas palabras a modo de prólogo de sus escritos y reflexiones.

Abarcan mucho campo. Hay un primer elemento de autobiografía que es útil para entender de donde nace todo lo demás. El deseo de Suso es mostrar como en él ha vencido la misericordia de Dios haciéndole libre y dándole el deseo de luchar por la libertad de todos.  De todo se sirve Dios para hacer su obra y sacar un bien más grande. Puede resultar llamativo que cuente con normalidad la vida disoluta que ha llevado y no tenga reparos en compartir que ha estado varias veces internado en un psiquiátrico. Para algunos esto sería motivo suficiente para no prestarle ninguna atención. Con esta actitud podrían perderse algo importante.

Si algo tengo claro en mi experiencia de sacerdote es que Dios es mucho más grande y misericordioso que nosotros y sus caminos no son los nuestros. Cuando leemos en el evangelio y en las cartas de Pablo que Dios escoge lo necio del mundo y lo humilde (1 Co 1, 27) siempre tendemos a interpretarlo vaciando en gran parte la verdad de esas palabras. Estoy convencido que a través de Suso Dios puede hacer mucho bien a muchas personas.

Suso es, ante todo, un cristiano que busca la gloria de Dios y que desea dar a conocer a Cristo a todos los hombres. Él es consciente de su debilidad, pero es también consciente de la misericordia de Dios y con audacia confía en él.

Yo personalmente le he animado a compartir todo lo que vive consciente de la utilidad de los medios de comunicación. Leer sus escritos es, de algún modo, poder conversar con un amigo que tiene interés en cambiar el mundo.

En los escritos de Suso encontramos también diversidad de reflexiones. No hemos de buscar grandes teologías. Él no es ni pretende, ser un erudito o un profesor. Es, simplemente un cristiano, un, como le gusta a él remarcar “loco por Dios”. Bendita locura cuando se ofrece para gloria de Dios.

Debo decir, para aclarar las cosas, que Suso escribe a título personal. Como cristiano tiene todo el derecho de hacerlo. Sus reflexiones no son, lógicamente, expresión del Magisterio o de la doctrina de la Iglesia. De algún modo yo hago tarea de censura para que no se digan cosas contrarias a la fe.

Está entregado en cuerpo y alma a la tarea de mostrar la “belleza de la cruz”, símbolo de la libertad. Su incursión en el campo de las matemáticas (matemáticas místicas) es, cuanto menos, sugerente y es una invitación a mirar la realidad desde un horizonte más grande.  Sus ponencias al respecto en varios congresos han suscitado el interés de algunos científicos y han abierto la mente a muchas personas que, gracias a estas reflexiones, pueden acercarse más a Dios.

Detrás de todo esto está el deseo de libertad, el don más grande que Dios nos ha dado. En un mundo esclavizado por tantas cosas, se agradece que alguien luche apasionadamente por la libertad.  Uno podrá no estar de acuerdo en algunas cosas, pero se le ofrece un diálogo, una propuesta de una vida más hermosa y eso siempre tenemos que valorarlo. A este respecto Suso nos da ejemplo de valentía e interés.

Llama la atención la implicación personal de Suso. Él es consciente como Pablo de que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rm 5,20), y es esa experiencia de misericordia la que quiere ofrecer.  Desde ahí tiene la sencillez de contar su autobiografía y de “confesar” sus pecados para poder ayudar a los demás a no caer en lo que el cayó e invitar a todos a acudir a la misericordia de Dios. Sólo quién reconoce su pecado y se arrepiente puede experimentar el gozo y la liberación del perdón y la misericordia del Padre.

Me consta que Suso desea, ante todo, servir a Jesucristo, seguirle, configurándose con él, dispuesto a sufrir por él y con él. Tiene una vida espiritual seria, cuidando la oración, la vivencia de los sacramentos y la formación. Se sabe hijo de la Iglesia a la que “somete” todo lo que hace.

Os invito a acercaros a su página web y a dejaros interpelar por tantas sugerencias. A este respecto hago mías las palabras de San Pablo a sus comunidades: mirad y abríos a todo y quedaos con lo bueno (1 Ts. 5,19).

Pbro. Javier Ortega Martín.
 
Pro-Vicario General de la Diócesis de Alcalá de Henares
 
Diciembre de 2011

2. Razones por las que me confieso ante el mundo.

Este testimonio está enfocado principalmente en un relato que describe cómo el Señor se vale de lo torpe e inútil y lo que no vale nada, para dar a conocer que el misterio de la ciencia de la Santa Cruz no se trata de un mero descubrimiento humano, sino que es una revelación que viene de parte de Dios. En este relato se pueden descubrir los estragos destructivos que trae la impureza en la vida de las personas. También se aborda el aspecto importante y necesario que resulta ser el matiz de la locura para la vida de los cristianos y unas pinceladas generales de aquello que muchos entienden hoy como “enfermedad mental”. Incluye una reflexión extendida a modo de guía práctica para que los creyentes podamos asumir la responsabilidad que nos corresponde dentro del ámbito de la salud mental, con el fin de poder construir todos juntos un mundo mejor.                                                                   .                                                                                                         

Resumen de las razones:

1)   Para dar gloria a Dios.

2)   Para el beneficio de los hombres, especialmente por las nuevas generaciones.

3)   Para promover y animar a todos a la práctica de la confesión sacramental.

4)   Porque Dios se humilló haciéndose hombre.

5)   Porque en mis circunstancias y gracias al discernimiento de mi dirección espiritual he sido plenamente consciente de que el Señor me lo pedía.

6)   Para que las personas puedan ver con claridad la grandeza del Señor en mi pobreza, torpeza y debilidad.

7) Para seguir el ejemplo de san Pablo cuando dice que «me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos» (1 Co. 9,22).

8) Porque los dones que recibimos de Dios exigen una responsabilidad por parte de aquellos que los recibimos. Este deber como cristianos lo podemos comprender mejor en la parábola de los diez talentos (Mt. 25,14-30).

9) Porque me siento interpelado por uno de los adagios más conocidos de san Agustín de Hipona: «Excúsate y Yo te acusaré; Acúsate y Yo te excusaré».

10)  Por agradecimiento de todas las gracias inmerecidas que el Señor me ha concedido a lo largo de mi vida.

«Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (St. 5,16).

No tengáis nada que ver con las obras infructuosas de la oscuridad, sino más bien denunciadlas, porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto. Pero todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible,  porque la luz es lo que hace que todo sea visible. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo». (Ef. 5,11-14)

3. Testimonio.

Nacido el 3 de diciembre del año 1978 en Madrid, mis padres cambiaron de residencia, mudándose a la localidad de Alcalá de Henares, ciudad de las tres culturas y cuna de Miguel de Cervantes, donde gracias a Dios puedo decir que tuve una infancia feliz con toda mi familia.  A finales de los 80, teniendo unos 9 años, sólo existía en la televisión en España la única oferta de dos canales públicos. Fueron estos años bastante críticos para nuestro país, así como para otros muchos lugares más en todo el mundo, ya que sobre las 11:00 de la noche en TVE, tuvo comienzo la bomba de las películas de dos rombos, es decir, de las películas pornográficas.

Por la naturaleza interior del hombre, que se inclina más a lo que puede ver por medio del sentido de su vista, este mal comenzó a filtrarse en el seno de muchas familias, especialmente para la mayoría de los hombres en aquel momento, tal como ahora podemos constatar con mayor conocimiento. Como en tantas familias llegó a ocurrir, de muchas maneras los hijos más inocentes, fueron atrapados también por las redes de este pecado capital que conocemos como lujuria. Este tipo de perversión moral no solo destrozó en aquellos momentos mi inocencia, sino que como trataré de contar aquí a grandes rasgos, fue la causa de los mayores estragos a lo largo de mi vida. Entre los millones de niños de casi todo el mundo víctimas de este mal, uno más fue también este servidor.

A pesar de haber nacido y crecido mis primeros años en una familia católica practicante, aquella ponzoña que divulgaban cada vez más los medios de comunicación comenzó a hacer tambalear la unidad de mi familia. De aquellos polvos vienen estos lodos, como dice este conocido refrán, y estos lodos hoy sabemos muchos con certeza que fueron el principio de la decadencia de nuestra civilización actual. Los efectos de este pansexualismo a nivel global comenzaron a materializarse en la apostasía generalizada que vivimos recientemente en la Iglesia, por las rupturas matrimoniales, los abortos practicados en masa, la destrucción de las familias, la corrupción de menores, el desmesurado incremento del índice de violencia, etc. En resumen, no cabe duda de que este mal ha desencadenado un grave desorden social que desde hace décadas ha asolado todos los lugares del mundo.

Siendo un niño inocente por aquel entonces, comencé a experimentar una «esquizofrenia» existencial, porque mi padre dejó de practicar por aquel entonces la religión católica. Ahora doy gracias a Dios porque mi madre no dejó de practicar su fe. A mi madre no le gustaba esta perversión moral que tanto denigra la imagen de la mujer, aunque esto no llegó a echar su mala raíz en los entornos familiares sólo por la poca oferta televisiva en aquellos momentos, pues más bien esto vino a ser el pan y circo que los gobiernos y poderes ocultos de este mundo comenzaron a ofrecer a la civilización mundial, especialmente desde la revolución sexual de los años sesenta, no sólo para pervertir hasta los límites nuestra civilización, sino para distraer a las personas de las cosas que verdaderamente importan en la vida. Los intereses de estos poderes en muchos casos de corte masónico, especialmente bajo las ideologías progresistas de aquellos momentos, siempre han sido muchos, pero el principal a lo largo de los tiempos, ha sido la de ocultar sus corruptelas, para poder seguir ejerciendo su actividad. La basura televisiva que comenzaba a entrar en los hogares familiares por la pantalla de colores tuvo mucha relación con mis primeros desordenes sexuales. La primera relación sexual que tuve influenciado por la pornografía fue con otro niño de mi edad. Nunca me han gustado los hombres, y aunque uno no sea creyente, no cuesta demasiado comprender que esta filmografía ha hecho un daño enorme para la mayoría de las mentes, provocando toda clase de vicios y entre tantos sin duda ha contribuido mucho al trastoque de sexos. Para mayor vergüenza y desviación personal, también llegué a practicar zoofilia, aunque gracias a Dios debo de confesar que esto fue durante un breve lapso, pues pude salvarme de esta desviación vergonzosa por la atracción personal que tenía hacía las mujeres. Ya desde la infancia la impureza comenzó a ofuscar mi razonamiento, quedando mi corazón insensato envuelto en tinieblas. Desde aquel momento se puede decir que comencé a experimentar en mi vida lo que denuncia san Pablo en su Carta a los Romanos, ya que me dejé llevar por las apetencias de mi corazón a una impureza tal que degradó mi propio cuerpo, entregándome a pasiones vergonzosas. Esto lo digo porque él también nos dice que: «sus mujeres cambiaron sus relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza, de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su extravío» (Rm. 1, 26-27).

Mi relación con Cristo en aquellos primeros años de mi vida, a pesar de esta «esquizofrenia» espiritual era cercana, pero a medida que me aproximaba a la adolescencia, no solo comencé a rebelarme contra Dios, sino también contra todo lo que me rodeaba en general. El hecho de apartarse de Dios también implica separarse de todo e incluso de uno mismo, con la consecuencia de perder la luz necesaria para poder conocer nuestro interior. Todo esto me condujo a una vida desordenada y materialista en la medida que avanzaba en edad, por lo que iba cada vez perdiendo más el control. El hecho de haber sido consumidor habitual de pornografía hizo que tuviese tratos muy superficiales, especialmente con las mujeres, a ser muy promiscuo y ser muy liberal y libertino en muchos aspectos. Esta conducta hizo que se filtrase en casi todos los aspectos de mi vida, es decir, en mi forma de pensar, opinar y discernir. Por aquel entonces, creía que las relaciones sexuales se reducían a aprovecharme lo que podía, teniendo relaciones esporádicas con todas las mujeres que me atraían. Mi relación más formal en aquel momento de mi vida no llegó a durar más de seis meses.

A los 15-16 años comencé a fumar tabaco y a los diecisiete, también por la influencia de muchas de mis amistades que ahora tengo seguridad que experimentaban estas mismas circunstancias que vivía personalmente por aquel entonces, comencé a consumir hachís y marihuana. Con esto quiero dejar constancia de que ciertamente una adicción, como fue en primer lugar consumir pornografía, fácilmente conduce a otra cadena de adicciones, cayendo de esta manera en una espiral de vicio, en la que se busca cada vez sensaciones más fuertes e intensas. Con la mayoría de edad, un hermano mío me consiguió un trabajo en un bar de copas conocido en el centro de Alcalá de Henares.  A pesar de que era una persona tímida, la barra del bar con la oferta de alcohol gratis, conseguía desinhibirme. Más adelante, con la confianza de mis compañeros, no sólo fumaba hachís en la cocina, sino que terminé influyendo en sus vidas a lo que se refiere a estos vicios. A los 20 años, conseguí otro trabajo en una multinacional gracias al título de estudios que había cursado, comenzando como oficial de tercera, por medio de una agencia de trabajo temporal y, finalmente en plantilla con 25 años, ascendiendo a la categoría de oficial de primera de mantenimiento industrial. Desde los 20 hasta los 25 años llegue a tener dos trabajos, lo que me permitió asentar un poco la cabeza invirtiendo en una casa de campo que disfrutaron desde un principio mis padres.

En el lapso de los 18-25 años, estuve absorbido por la noche, con sus fiestas, sexo, drogas, música electrónica e incluso orgias, aunque no llegaba a participar en éstas activamente. Durante el último año y medio, antes de tener un accidente laboral que terminó causándome varias hernias discales, otras influencias que pensaba en aquellos momentos que eran relaciones de amistad, me hicieron caer en la adicción a la cocaína, aunque en cuanto a esta adicción el periodo resultó ser también corto gracias a Dios. El dolor por esta enfermedad profesional hizo que tuviera que dejar los dos trabajos para agarrarme a una muleta con fuertes dolores durante un largo periodo de tiempo. Tuve que ser intervenido por la mutua de trabajo, la cual me dejó peor de lo que estaba. Esto hizo que tuviese que encararme con la empresa en la que trabajaba y la mutua de accidentes en los tribunales de justicia, ya que me despidieron de una forma improcedente. El abogado que trabajó en mi caso en aquel momento me aconsejó que reclamase al servicio de salud para poder demostrar que mi situación me estaba afectando psíquicamente. Esta fue la manera como llegué a tener el primer contacto con los servicios de salud mental.

Todo lo que había experimentado hasta este momento hizo que mirase a mí infancia, cuando tenía una relación cercana con Cristo. El misterio del dolor, como a muchas personas les ha sucedido a lo largo de los tiempos, permitió que pudiese alzar mi mirada hacia el cielo. Es lo que conocemos como una etapa de crisis, un momento de oportunidad que debía de aprovechar para cambiar de vida o de lo contrario, dejarme llevar por la corriente, hasta conducirme a mi propia autodestrucción. Este momento fue cuando mi capacidad emocional, intelectual y espiritual se vio sacudida. Muchos sabemos que el misterio del sufrimiento tanto puede ayudar a acercarnos a Dios o, por lo contrario, hacer que nos rebelemos contra Él, y este acto de rebeldía, por lo general, tiende a redundar de forma negativa en todos los aspectos de nuestra vida. El hecho de hacer una retrospección de mi vida en aquella circunstancia, aunque de una forma poco madura en todos los sentidos, hizo que se despertara en mí una sensibilidad, quizá por mi propia naturaleza o por las experiencias vividas hasta aquel momento de mi vida. Esta sensibilidad a la que me refiero tuvo una relación directa con la verdad, la justicia y el derecho. En pocas palabras puedo decir que la falsedad y la descomposición social que presenciaba en el mundo ya comenzó a ocasionarme verdaderas náuseas y por esta razón también muchos problemas.

Una noche de diciembre del año 2004, tuve una experiencia poco común que provocó en adelante una reacción en cadena de sucesos difíciles de explicar. Esta experiencia ocurrió una noche cuando me fui a dormir. Al acostarme sobre la cama, en un breve lapso se me pasó por la mente una multitud de pecados cometidos en mi vida pasada. Esto ocurrió como si se tratase de una película en un breve periodo de tiempo, unas imágenes en la mente en las que pude contemplar muchas de las ofensas que había hecho a Dios. El resultado que tuvo aquella experiencia fue entre un trauma y una especie de liberación que llegó a emocionarme. Esta experiencia hizo que rompiera a llorar en aquel momento, lo cual también ocasionó que mis padres no sólo se asustasen, sino que además llegasen a escandalizarse de mi persona en esta circunstancia, ya que de repente afloró en mí un párvulo sentimiento cristiano que remitía a mí infancia. Este sentimiento y emoción propició que comenzase a balbucear aspectos que tenían relación con la dimensión espiritual. Como resultado de todo esto, hizo que les produjese una gran impresión y miedo a mis padres, hermano y a un amigo de la infancia que vinieron a casa en aquel momento. Como llegaron a pensar que perdí por completo el juicio, tomaron la fatídica decisión de ingresarme en la Unidad Psiquiátrica de Agudos del Hospital Príncipe de Asturias. Esta mala decisión marcó desde entonces el rumbo de toda mi vida. Aunque el diagnóstico fue indeterminado, me dieron de alta a las tres semanas. Con esta experiencia psiquiátrica, se puede entender que mi vida se vio marcada en adelante en el punto de mira de estos servicios asistenciales que dependen de estos funcionarios que trabajan para el Estado, para poder reingresar en lo sucesivo por cualquier circunstancia adversa o difícil de interpretar en mi vida. La experiencia de cualquier superviviente de los ingresos psiquiátricos, con todo lo que ello conlleva, produce en la vida de la mayoría de las personas un profundo impacto traumático que nos marca en muchos aspectos. Al salir del psiquiátrico en el año 2004, gracias a Dios tuve la oportunidad de dar el primer paso en mi conversión, volviendo a practicar la religión católica que abandoné cuando era niño, retornando de nuevo a la Iglesia para poder recibir los Santos Sacramentos.

En el año 2006, tuve la oportunidad de visitar con dos amigos el Monasterio del Escorial. Aquella visita quise hacerla descalzándome los pies y esta experiencia me pareció muy impactante. El hecho de poder contemplar tanta belleza en un relativo pequeño espacio hizo que mi espíritu y mi mente se elevaran. Comprando un plano del lugar, se despertó en mí un espíritu aventurero. Esto lo digo porque tuve la iniciativa de querer hacer un viaje a Roma para poder llegar a tener una posible audiencia con el Papa Benedicto XVI. Por querer llevar a cabo esta aventura, tanto mi familia como parte de mis amigos pensaron que había perdido de nuevo el juicio. Como ya estaba marcado y puesto en el punto de mira de estos servicios que dependen del Estado, la posibilidad para poder obrar con plena libertad estaba prácticamente coartada, sin haber tenido plena consciencia de esta realidad en aquellos momentos. En esta ocasión me volvieron a ingresar y me dieron de alta tras otras tres semanas, ingresado de nuevo en el mismo lugar con otro fuerte coctel de drogas psiquiátricas.

En las navidades del año 2007-2008, comencé desde aquel momento hacer una reverencia antes de comulgar en la Santa Misa. Relaciono este pequeño gesto de humildad con otra experiencia que llegué a tener unos días más tarde, que vino a suponer en mi vida otro punto de inflexión. Esta experiencia a la que me refiero tuvo lugar en Almonte (Huelva), cuando en aquellos días festivos me dispuse hacer una serie de operaciones aritméticas en forma de cruz con una calculadora digital. En aquel momento me sorprendieron los resultados de estas operaciones, aunque nunca supuse que emprendería en adelante una investigación más a fondo para poder llegar a demostrar que la Santa Cruz es también un modelo matemático universal. Pasados unos días, concretamente el 15 de enero de 2008, después de haber terminado unas clases de un ciclo superior que estaba cursando, regresé a casa y encontré a mi padre leyendo solo el periódico. Al pasar por la puerta de la cocina me quedé casi perplejo mirando el torrente de luz que entraba por la cristalera. Me detuve un rato a mirar el Sol a través de los cristales translucidos. De inmediato me fui a mi cuarto, levanté la persiana y en torno a las 14:00 de la tarde me quedé fijo mirando al Sol contando unos segundos. En el fondo no sabía lo que hacía, pero después de quitar la vista y dirigir la mirada a una esquina oscura de la habitación, pude apreciar que esta experiencia apenas me había encandilado. Tal como si llegase a ser un autómata dirigí la vista de nuevo al Sol para quedarme desde este momento completamente espiritualizado. Desde aquel día, perdí definitivamente el juicio para el mundo, para poder configurarme más con Dios. Desde aquel momento he tenido la ocasión de compartir con multitud de personas esta experiencia sobrenatural, aunque sólo han sido los más pequeños y los espíritus libres quienes han sabido acoger mejor en su corazón este misterio. Esta experiencia sobrenatural ha tenido la fuerza suficiente hasta este momento como para conseguir convencerme de que el misterio de la ciencia de la Santa Cruz, no se trataba de un mero descubrimiento humano, sino de una revelación que tuve por parte de Dios. Puedo decir «hasta este momento» porque los dones y la vocación a la que nos llama Dios son irrevocables (Rm. 11,29), por lo que esta misma experiencia con el tiempo ha conseguido que me salga aún más mí mismo (Mc. 3,21). Con respecto a esta experiencia de carácter sobrenatural, estoy plenamente convencido que también se trata de un don para todas aquellas personas que se encuentran en estado de gracia, pues desde este momento sería importante que se pueda considerar lo que nos dice la sagrada Escritura: «de día el sol no te hará daño» (Sal. 121, 6).

Después de haberle contado a mi padre en aquel momento lo que me estaba sucediendo, tomaron de nuevo la decisión de ingresarme en el psiquiátrico. Haciendo una mirada retrospectiva, puedo llegar a reconocer que tuve una serie de graves imprudencias, como fue en este caso particular el hecho de contar a mi padre que podía contemplar la luz del Sol sin llegar a quedarme ciego, en vez de llevarlo primero a la confesión. Tengo que reconocer también que cuando tuve esta primera experiencia de poder mirar el Sol sin llegar a producirme daños oculares, hizo que se elevara de nuevo con gran vehemencia mi espíritu y mente, lo cual vino a suponer de cara al futuro y para el resto de mi vida una metanoia. Para muchas personas de fe o incluso otras de buena voluntad que no crean lo que digo con respecto a este fenómeno sobrenatural que comencé a experimentar desde aquel momento, deben de saber que el hecho de poder acercarme al misterio de la ciencia de la Santa Cruz y haber tenido estas experiencias, me han hecho caminar por un camino de cruz y de muchas espinas. Por lo cual, invito a cualquier lector que pueda preguntarse, ¿qué podría ganar este servidor, si lo que he contado hasta el momento en este testimonio fuese una farsa, cuando en verdad todo esto me ha hecho llegar a padecer los mayores sufrimientos de mi vida?

Fue precisamente después de este ingreso del año 2008, cuando me dieron de alta en el psiquiátrico diagnosticándome un «trastorno afectivo bipolar». Desde aquel momento me puse en manos de un sacerdote de la diócesis de Alcalá de Henares, para poder encontrar apoyo espiritual dentro de la Iglesia. Fue desde entonces cuando comencé a frecuentar de forma diaria la Santa Misa y a tomarme más en serio otras prácticas piadosas. Después de este ingreso, me concedieron una ayuda económica, pero con una etiqueta social por la cual me incapacitaron durante toda mi vida sin la posibilidad de realizarme en ninguna otra profesión. A partir de este momento y desde mi ignorancia, también comencé a discernir si Dios me llamaba al sacerdocio; abrazar la vida religiosa o ser un misionero laico. Ante esta circunstancia, precisamente por esta etiqueta de «enfermo mental», se convirtió desgraciadamente en la causa por la cual no se pudo llegar a madurar ninguna de estas vocaciones.

Por causa de la descomposición social de nuestro tiempo, he tratado de despertar conciencias allá donde he podido tener la ocasión, aunque de forma especial dentro del seno de la Iglesia, ya que muchos hermanos en la fe han dejado de ser sal, luz y fermento para el mundo. Esto ha propiciado que en un lapso comprendido entre el año 2014 y 2016 me hayan ingresado seis ocasiones más. Teniendo en cuenta que en todos los corazones de los hombres nacen el trigo y la cizaña, soy consciente que en mi torpe experiencia como cristiano que sigue en su proceso de conversión, debo de hacer mías las palabras de san Pablo cuando dice que: «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí» (Rm. 7,19-20). Con esto quiero confesar también que en el ejercicio del anuncio de la Palabra y la denuncia de las injusticias, en algunas ocasiones concretas no he sabido obrar con la caridad de un cristiano plenamente ejemplar, aunque esto no significa que haya tenido una descompensación o desequilibrio químico en mi cerebro, sino que la causa principal del mal que he podido ocasionar, siempre se ha debido al amor desordenado a mí mismo, siendo precisamente este desorden la raíz por la cual salen a la luz todos nuestros pecados. Ahora que tengo aquí la oportunidad de hacerlo, no quisiera soslayar mi reconocimiento de que en algunas ocasiones he tenido que obrar de una manera que según el criterio de los hombres de este mundo resulta difícil de comprender, aunque quisiera decir también que en la locura todo vale, menos el pecado.

Considerando el objeto de este estudio matemático que tiene como subtítulo «ciencia mística» hemos tratado de abordar a lo largo del mismo los diferentes nexos que conectan lo racional con lo espiritual, por lo que puedo considerar ahora que esta es una buena ocasión para tratar de desarrollar algunas reflexiones que podrían ser valiosas, no en calidad de maestro, sino como testigo en primera persona. Sabemos que la historia documenta que los fundadores de la psiquiatría y la psicología moderna, salvando algunas excepciones, han sido hombres con fuertes convicciones ateas. Con el tiempo estas ciencias han evolucionado en lo que conocemos en el presente como materialismo fisicalista, que es un monismo que afirma la tesis general de una sustancia única. Este es un concepto que aborda la filosofía, cuando se considera la materia como principio único. Según este materialismo fisicalista, los fenómenos biológicos, humanos o psíquicos se reducirían a la química y en el último término a la física. Esta falaz teoría biologicista que a partir del siglo XIX toma la forma final de una «enfermedad mental», se ha convertido finalmente en un «dogma científico», y este sofisma se ha ido imponiendo hasta entonces al vulgo por el poder que ostenta en el mundo la estructura formada por una élite médica, que a su vez está retroalimentada por la corrupción de la industria farmacéutica. De esta manera las personas quedamos a la merced del poder de esta estructura que en definitiva nos utiliza como objetos o sujetos pasivos, enmarcándonos en ciertos patrones que ellos mismos han creado, aunque podemos decir al respecto que, hasta este momento, nunca se ha demostrado desde la biología que existan en verdad dichas enfermedades mentales por los métodos ordinarios de la ciencia experimental. El motor de todo este sofisma se reduce al consenso subjetivo de dicha élite médica que está promovida por la influencia de los mercados económicos de la industria farmacéutica, para crear de esta manera las nuevas biblias que hoy conocemos como D.S.M (Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Dejando a un lado toda ingenuidad, la Iglesia Católica especialmente esta llamada a denunciar abiertamente que estas biblias no han sido creadas para beneficiar la salud mental de las personas, sino más bien para que puedan ser clasificadas y, de esta manera generar un beneficio económico para poder seguir sosteniendo toda esta estructura de pecado.     

En la actualidad existe un intento incipiente por parte de un sector reducido de la psiquiatría y la psicología para poder integrar la espiritualidad con la psicoterapia, aunque hasta que no se produzca un entendimiento universal entre estas dos perspectivas, muchos de los problemas cotidianos que nos ocasionan ciertos sufrimientos mentales, se verán abocados al reduccionismo del diagnóstico de una enfermedad mental. Hasta que la ciencia no dé un paso al frente para reconocer que la espiritualidad es la ciencia inmaterial que ofrece todas las herramientas para poder desentrañar gran parte de los misterios de la mente, la ciencia médica seguirá hundiéndose en el error de su actual crisis. Para dar los primeros pasos sería preciso que la ciencia abandone esta idea reduccionista y con humildad llegase a reconocer lo antes posible que, no podemos padecer ningún sufrimiento mental sin que antes las potencias del alma como son en este caso la conciencia, la razón, la voluntad, las emociones, los sentimientos, etc., no interactúen con los conflictos y luchas que nos generan estos sufrimientos y que en ocasiones resultan ser excesivos para nuestra alma, cuando estas dificultades se hacen patentes en la realidad. Los pensamientos, unidos de una forma inevitable a nuestros sufrimientos, son semejantes al oleaje del mar, pues cuando este se encrespa, padecemos interiormente una turbación que nos hace perder la paz mental. Sabemos que el oleaje del mar se encrespa porque existen una serie de factores que lo hacen cambiar de estado, como cuando se producen variaciones de presiones atmosféricas entre diferentes puntos geográficos e incluso cuando también influyen otros fenómenos como el magnetismo que ejerce la Luna sobre la Tierra. Dentro de este mismo contexto, la ciencia médica que estudia la mente no solamente relaciona directamente la turbación (perturbación) con un trastorno o enfermedad mental, cuando en realidad esto se debe más bien a un síntoma de nuestro sufrimiento, pues además de que no atinan en reconocer que los pensamientos encrespados que causan estos síntomas son inherentes a la naturaleza caída del hombre, de la misma manera que también son naturales las causas que ocasionan un encrespamiento en el oleaje marino. Esto es perfectamente comprensible y razonable cuando tratamos de no adaptarnos a este mundo presente y más bien nos transformamos mediante la renovación de la mente, para saber discernir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rm. 12,2).

Las personas cristianas que vivimos sin complejos lo que creemos, junto con el resto de las personas humildes que son conscientes que sus mentes son saqueadas por los criterios errados de esta ciencia médica atea, no deberíamos de seguir permitiendo que nos impongan sus razonamientos por medio de esta dictadura sanitaria, pues bien sabemos que: «los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz» (Lc. 16,8). Estos hijos del mundo, además de no ser capaces de captar lo que es propio del Espíritu porque les parece una necedad (1 Co. 2, 12-16), apenas tienen consciencia de que actuando de esta manera subyugan y faltan el respeto a todas las personas que tratan con ellos, pues la imaginación del hombre se ve constantemente influenciada por el Enemigo espiritual. Este Enemigo común de Dios y de los hombres, siembra en nuestra imaginación la cizaña mediante diversos influjos negativos, tratando de esta manera de corromper y destruir nuestra naturaleza humana por medio de confusiones, obsesiones, opresiones, sugestiones, turbaciones, tentaciones, y malos pensamientos, que pueden venir desde la propia persona, así como de otras influencias externas. Cuando esta ciencia con ideales ateos ignora esta realidad inmaterial, tampoco puede llegar a ser consciente que se encuentra fuera de los límites de la verdad, por lo que esta es la manera que viene a explicar cómo se produce su gran confusión, al pensar que los sufrimientos que perturban la paz mental terminen siendo definidos por un amplio sector de la psiquiatría y psicología como un trastorno o una enfermedad mental. Este reduccionismo bioquímico podría considerarse como una idea propia de comedia, sino hubiese producido tanto sufrimiento en vano a millones de personas en el pasado y especialmente en la actualidad, que es cuando se están produciendo más abusos con las drogas psiquiátricas.   

Una cuestión determinante para poder integrar la psicoterapia y la espiritualidad radica en el cambio de mentalidad de los psiquiatras y psicólogos de nuestro tiempo, pues para poder llegar a término este cometido deberían de imitar el ejemplo de los padres del desierto y los primeros monjes, que eran para su época los primeros modelos de terapeutas. Estas personas no tenían apenas estudios y muchos en sus comienzos tampoco sabían leer, pero fueron conscientes que como hombres eran diamantes en bruto que tenían que ser tallados por los golpes de la oración, la sobriedad, la soledad, el silencio, la lectura, la meditación y puesta en práctica de la Palabra de Dios. Este deseo de tallar y pulir su interior, les permitió forjarse a sí mismos, conociendo de esta manera los grandes misterios de su propia psicología, para poder transmitirlo después a otras generaciones. Hoy en día estos conocimientos apenas se valoran por esta ciencia médica atea, ya que existe un progreso que se resbala al precipicio por causa del ego de otras muchas personas que han desgastado toda su vida por dejar una huella en la historia, en contraposición de estas otras personas humildes que de forma anónima se retiraron donde apenas nadie los podía ver. Con esto quiero decir que, en ocasiones, es posible que tengamos necesidad de recurrir a personas que a ser posible vivan su fe con integridad para poder encontrar en ellos un apoyo, aunque quien no se conoce primero a sí mismo, tampoco puede tener una experiencia de Dios que, en definitiva, para el caso que nos ocupa, es el Patrón universal de todas las mentes creadas por Él. Considerando que los principios de la psicología y psiquiatría están fundamentados en una ciencia donde Dios no tiene cabida, se hace mucho más aconsejable y preferible que antes de revelar nuestro interior y otros muchos aspectos personales de nuestra vida privada a una persona que apenas conocemos de nada, lo mejor que podríamos hacer es enfrentarnos con nuestras propias sombras, siguiendo los pasos de estos militantes del desierto y de los primeros monjes, que a su vez representan para su tiempo el ejemplo de los Profetas del Antiguo Testamento.

Siguiendo el mismo modelo de los padres del desierto y los primeros monjes, para poder integrar la psicoterapia con la espiritualidad es preciso que se pueda producir un cambio aún más radical en la mentalidad de los psiquiatras y psicólogos de nuestro tiempo. Una persona licenciada en medicina necesita que su trabajo pueda ser remunerado de alguna manera, aunque cuando se trata de una persona que se propone reanimar y edificar las almas como en este caso se supone que ocurre con los psicólogos y psiquiatras, tratamos con una dimensión dentro del conocimiento que tiene un carácter muy específico y singular. En el fondo, todas las personas que pueden estar necesitadas de alguna ayuda o consuelo humano, esperan que pueda existir una completa gratuidad, lo que implica un compromiso y una entrega total por ambas partes, aunque en lo que respecta a la postura de los terapeutas modernos sabemos que no tienen la disposición para asumir esta condición. Sabemos además que estas personas que ejercen esta labor que se ha elevado a una categoría profesional, esperan una compensación económica que rompe con una ley fundamental, para que podamos construir un mundo más justo que nos pueda conducir a la paz: «por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt. 7,12). Cierto es que las personas que no son creyentes, como son la mayoría de los psiquiatras y psicólogos en el fondo tienen buena intención, cuanto éstos tratan de tener empatía  con el sufrimiento ajeno, sin embargo apenas tienen consciencia de lo que hacen, pues es una vocación genuina propia del cristiano practicar la caridad, que es el revulsivo más fuerte para contrarrestar cualquier pérdida de paz que pueda padecer nuestra alma, cuando practicamos el siguiente consejo de san Pablo: «Ayudaos mutuamente a sobrellevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo» (Ga. 6,2). Esto se entiende a la luz de las palabras de Jesús en el Evangelio, cuando nos dice: «con todo, dad limosna de lo que tenéis dentro, y lo tendréis limpio todo» (Lc. 11,41). Para poder cumplir con este cometido de socorrer al prójimo que sabemos que nos enriquece de una forma indescriptible en primera persona, es preciso adquirir los dones necesarios del Espíritu: temor de Dios, piedad, ciencia, fortaleza, sabiduría, consejo e inteligencia. Debemos de subrayar que estos dones sólo los podemos adquirir por medio del Sacramento del Bautismo y la Confirmación, que siempre darán su fruto cuando la persona que desea ayudar no tenga el afán de lucrarse de ningún modo o dicho de otra manera; cuando comenzamos a practicar el amor con aquellas personas necesitadas que requieren ayuda y consuelo. Queda descartada por tanto la posibilidad de adquirir estos dones por medio del dinero, ni tampoco por medio del tiempo empleado en estudiar una carrera, como en este caso puede ser de psicología o cuando un médico estudia la especialidad en psiquiatría, pues no se pueden hacer de las necesidades del alma un negocio para poder lucrarse. Este punto de vista por parte de los psicólogos y psiquiatras que se benefician económicamente por su labor es algo que pone en cuestión su vocación, ya que la sagrada Escritura nos dice que: «Nada hagáis por ambición ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés, sino el de los demás» (Flp. 2,3-4). Cuando las personas se rigen por la ambición y el interés, en este caso particular que nos ocupa, se comete una explotación de las necesidades de las almas y aunque puede resultar impactante a nuestro modo natural de entender tener que hacer la siguiente afirmación, este tipo de impurezas hacen que sus actos sean poco éticos e incluso inmorales. Además, dentro del ejercicio de esta ciencia médica atea, se parte de la experiencia de un ser superior y otro ser subordinado a éste. Aquí nos encontramos un desnivel preestablecido de tipo intelectual por medio del cual nos hacen creer que existe una diferencia entre un sano mental y un enfermo mental, deduciéndose que en esta relación jerárquica los que son supuestamente más desfavorecidos, podrán recobrar su salud mental si se subordinan a la superioridad del otro sujeto, convirtiéndose por tanto ésta en la causa generadora principal del estigma para dichas personas. Si han proliferado las consultas de los psicólogos y psiquiatras es porque el hombre de este siglo ha dejado de practicar la fe en masa, pues si nos mantuviésemos unidos en esta virtud teologal, podríamos seguir el consejo de san Pablo que ya cumplían los primeros cristianos: «Por tanto, alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno al otro, tal como lo estáis haciendo» (1 Tes. 5,11).

Según tenemos constancia, el término de «cura» proviene del año 1330, cuando a los sacerdotes se les encargaba el cuidado de las almas de los feligreses, es decir, la cura de estas almas. A partir de la sección latina «curatio» fueron acortando y llevándola al castellano, por lo que terminó convirtiéndose entonces en la palabra que hoy conocemos para denominar a los sacerdotes. Existen dos factores principales que han influido para que muchos curas de nuestro tiempo ya no ejerzan este santo ministerio con las almas: la ignorancia y/o su falta de fe. Su ignorancia tiene mucha relación con las sombras que han creado el gran poder que hoy en día ostenta la estructura de pecado que ya hemos definido. Y su falta de fe con respecto a las personas que necesitan un aliento de vida y al mismo tiempo también tienen necesidad de ser edificadas, ha propiciado que esto en el presente les complique demasiado su vida, entregándose de esta manera muchos a la comodidad de los despachos, para delegar su responsabilidad a estos lobos que se encargan de rematar a las almas. Entonces es cuando se cumple un claro ejemplo en nuestro tiempo de las palabras que nos dice Jesús en el Evangelio: «El asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca al rebaño y lo dispersa. Y ese hombre huye porque es un asalariado, no le importan las ovejas» (Jn. 10,12-13). Cuando comparo a muchas de las personas que ejercen esta ciencia médica atea con los lobos y a ciertos sacerdotes de nuestra época como funcionarios de la Iglesia no conste que no hago una crítica a las personas, sino que más bien he trato de valorar la realidad de estos hechos a la luz del Evangelio, aunque habría que decir que la crítica en muchas ocasiones es esencial para que el conocimiento avance. Es sólo a través de esta que podemos encontrar elementos que no tenemos en cuenta, cabos sueltos, terceras opiniones, enfoques diferentes y hasta errores. Todos podemos aprender de todos, nadie es perfecto y todo es perfectible.

Es necesario que podamos tratar también uno de los aspectos más nucleares dentro del caso que nos ocupa con respecto a los problemas que alteran nuestra psique y que la ciencia secular erróneamente relaciona directamente con un desequilibrio bioquímico en nuestro cerebro. Resulta que cuando escudriñamos la sagrada Escritura podemos apreciar que en ésta se establece una diferencia entre las enfermedades que tienen relación con el cuerpo y aquello que se entiende como dolencias (Mt. 4, 23-24; Mt. 9,35; Mt. 10,1). Es importante resaltar que existe una notable diferencia entre la enfermedad y la dolencia, ya que esta ciencia secular, junto con los expertos de las academias lingüísticas, han llegado a considerar más bien en su ejercicio práctico que estos dos términos son sinónimos, aunque esto visto desde el estudio de la sagrada Escritura no tiene ningún sentido, ya que concretamente en los evangelios se hace uso de la conjunción copulativa «y». Esto quiere decir que no hemos terminado de comprender el significado profundo del término «dolencia», ya que en este caso exige una visión práctica desde la dimensión espiritual. El término dolencia aparece en ocho ocasiones en la sagrada Escritura de la Conferencia Episcopal Española y proviene del latín «dolentia», que significa «cualidad del que siente dolor». Sus componentes léxicos son: dolere (sufrir),     -nt- (sufijo que indica agente, el que hace la acción), más el sufijo -ia (cualidad). La clave para comprender con precisión este término, la encontramos en la siguiente perícopa: «Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt. 7,16-17). En esta perícopa del Evangelio según san Mateo, podemos apreciar que existe una diferencia entre las personas que sufrían una posesión diabólica, aquellos que padecían los efectos que causa el mal espíritu y finalmente aquellos que tenían algún tipo de enfermedad corporal. Podemos decir por tanto que Cristo asumió todos los sufrimientos derivados de estas enfermedades y dolencias como si fuesen suyos, y que en este caso hacen referencia a los padecimientos del alma cuando el hombre se encuentra oprimido por el espíritu de temor, tristeza, angustia, preocupación, pena, autocompasión, desesperación, y cualquier otra clase de esclavitud que en definitiva podemos considerar que son las fuentes generadoras del mal estar de nuestra mente. Estas opresiones que no se pueden medir confunden a los miembros que ejercen esta ciencia secular, dando lugar a un desvarío de conjeturas que no se aproximan en absoluto al marco objetivo, ya que como hemos podido llegar a afirmar, esta realidad se encuentra dentro del plano sobrenatural. ¿Y a qué conclusión podemos llegar con esta aclaración tan importante con respecto a este término? Pues dejando a un lado la parte del sufrimiento de las enfermedades físicas, en primer lugar, deberíamos de partir que sólo Dios es aquel que puede curar estas dolencias, por lo que tenemos que seguir el ejemplo del Maestro, asumiendo que nuestra misión es acompañar a las personas que adolecen estos males para llevarlos a la fuente de la vida que son los Sacramentos, para que puedan ser aliviados o curados definitivamente de sus dolencias. No debemos de tener ninguna duda que un acompañamiento comprometido con aquellas personas que sufren podría ayudarles a que puedan estimar correctamente cualquier tipo de competencia que tenga una orientación profesional como una pérdida en comparación del conocimiento de Cristo «Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo» (Flp. 3,8). Los fieles que especialmente forman parte de movimientos eclesiales multitudinarios, deberían preguntarse si se preocupan únicamente por mantenerse dentro de la Iglesia permaneciendo en su movimiento o también están verdaderamente implicados para que puedan entrar todas aquellas personas que se encuentran fuera de sus puertas. De la misma manera que ya hemos dicho que los sacerdotes tienen una responsabilidad con respecto a esta ciencia secular que nos ha ganado terreno en este siglo de la postmodernidad, como fieles laicos deberíamos de cuestionarnos y hacernos una verdadera autocrítica en primera persona, para saber si estamos cumpliendo con la respuesta del primer anuncio «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado» (Mc. 16,15-18). Hoy en día es más necesario que nunca que sepamos que la mayoría de los fieles laicos estamos secos de iniciativas, pues ni tan siquiera hemos propuesto a los pastores de la Iglesia mantener las parroquias abiertas al menos un turno de trabajo, sino que, en el mejor de los casos, estas se abren una o dos horas al día en las zonas más urbanizadas. No somos conscientes que, si mantuviésemos abiertas las parroquias con un grupo de personas por cada turno de vela con la exposición del Santísimo, hubiésemos mantenido el candil de la fe encendido imitando de esta manera a las vírgenes sensatas (Mt. 25,1-13). Al no mantenernos vigilantes, en el mundo han crecido vigorosamente las competencias que han ido asfixiando cada vez más la espiritualidad católica, tal como lo han hecho en este caso las clínicas de psiquiatras y psicólogos, que como sabemos están desbordadas y no tienen ningún problema en mantener sus puertas abiertas incluso doblando el turno laboral. En verdad hay muchos cristianos que tienen nostalgia de acompañar a los que sufren, aunque en su mayoría padecen el mal del complejo de inferioridad, ya que no se ven capaces de hacer algo útil, porque piensan que necesitan una carrera universitaria de teología o filosofía o un profundo conocimiento de la persona para poder socorrer al necesitado, sin embargo, olvidan que nosotros tenemos a alguien que la gran mayoría de los psicólogos y psiquiatras no tienen, que es a Cristo, por medio del cual podemos dar mucho fruto y por el contrario no podemos hacer nada sin Él (Jn. 15,5). Por esta razón, los que tenemos a Cristo en el corazón, debemos de meternos bien en la cabeza que la sabiduría que necesitamos no es la que encontramos en la actividad intelectual que tienen los hombres según la carne, sino que la verdadera sabiduría mana más bien de una relación auténtica de amor con nuestro Dios. Es necesario comprender que no necesitamos títulos académicos para asumir nuestra misión, pues ante los torreones del conocimiento ilusorios que hemos permitido que se alcen contra el conocimiento de Cristo, podemos hacerles frente también por medio de la sindéresis, que es la capacidad que tenemos los creyentes de aplicar nuestro juicio práctico. Y si seguimos aplicando el juicio práctico en esta reflexión, debemos de decir que no podemos seguir durmiendo el sueño de la ingenuidad, ya que como hemos afirmado, las corrientes del conocimiento de este mundo nos han ganado terreno, y esto es debido casi todo el pueblo de Dios incluyendo en gran parte las autoridades de la Iglesia nos hemos dejado seducir por estas modernidades de nuestro siglo. Cuando hablamos de estas corrientes que hacen referencia a la ciencia secular y las modernidades que están quitándonos el oxígeno para poder respirar del árbol de la fe, es necesario que podamos reflexionar ahora también especialmente junto a los dirigentes que, con nuestro proceder, con mayor o menor consciencia, estamos cooperando en adulterar esta virtud: «¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St. 4,4). Cierto es que la Iglesia especialmente está llamada a dialogar con el mundo y abogar por la unidad y la paz desde todos los flancos posibles, sin embargo, en esta misión que tenemos como Iglesia no podemos permitir que por la causa de la unidad lleguemos a convivir con el error y mucho menos con el pecado. Teniendo en cuenta que la sagrada Escritura en verdad no pierde vigencia, esto nos debe de hacer cuestionar qué es lo que entendemos junto a las autoridades de la Iglesia cuando ésta nos dice: «Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a Dios en la boca y espadas de dos filos en las manos: para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, sujetando a los reyes con argollas, a los nobles con esposas de hierro» (Sal. 149,5-8). «No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes» (Sal 145,3-4). «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes» (Sal. 117,8-9). Podemos entender que en estos versículos del libro de los Salmos que los reyes, príncipes, nobles, jefes, entre otros hombres más, representan las autoridades de este mundo. Ahora bien, lo que da pie a pensar esto es que, si las autoridades de la Iglesia temen un enfrentamiento con sus homónimos limitando su cometido para terminar haciendo pactos neutrales que a priori evitan de esta manera que nos quedemos más solos y aislados en este mundo, podemos estar en lo cierto que estas consecuencias vendrán a resultar ser el mejor consejo que deberíamos de aceptar para evitar diluirnos más en la mentalidad de este mundo. Y aquí es cuando interviene la experiencia ejemplar del salmista, que como gran guerrero desde su juventud proclama la siguiente acción de gracias después de la victoria: «Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé; me rodeaban cerrando el cerco, en el nombre del Señor los rechacé; me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas, en el nombre del Señor los rechacé» (Sal. 117,10-12). Mientras sigamos manteniendo este tipo de tratos con las autoridades de este mundo, el ateo prevalecerá en su mentira, y éste enrocándose en su falsa seguridad persistirá imponiendo su ciencia a las personas más humildes, sin tener apenas consciencia como para poder sopesar que cuando se vive en la mentira, se vive al mismo tiempo en la corrupción; siendo la corrupción el caldo de cultivo para que pueda proliferar desde cualquier campo de operación las organizaciones criminales y mafiosas.  Como podemos apreciar, la salud mental es un campo transversal a la misión que Dios ha encomendado a su Iglesia y que de forma especial debemos de abordar por medio del don de ciencia que proviene del Espíritu, aunque sin apenas darnos cuenta, desde hace mucho tiempo hemos puesto en régimen de alquiler a ciertas personas que son ajenas a esta misión, en la cual están llamados a trabajar todo el pueblo de Dios, incluyendo a todos los hombres de buena voluntad que estén dispuestos a ayudar de forma desinteresada a las personas con cualquier tipo de necesidad o padecimiento, según nos enseña Jesús en el Evangelio. 

Por otro lado, no podemos permitir que otras personas razonen por nosotros mismos, pues por muchos títulos universitarios que tengan, no entra dentro de la lógica ni tan siquiera natural que se hayan llegado a medicalizar las luchas, los conflictos, las fatigas que experimentamos en esta vida o cualquier otra experiencia que genere en el alma un sufrimiento excesivo que nos pueda quitar la paz, pues los psicofármacos que se prescriben serán siempre lenitivos que se oponen a las soluciones que como ya hemos podido plantear son en verdad mucho más efectivas. La ciencia médica atea ignora por completo que la mayoría de estos problemas, luchas y fatigas derivan en muchas ocasiones de las consecuencias directas que entraña el pecado para la vida de los hombres, y que se convierten en penitencias completamente necesarias para que puedan provocar en nosotros una corrección en nuestra conciencia y de esta manera nos ayuden a crecer como personas. Al perder este estado de consciencia, esta ciencia ha llegado a poner plenamente su seguridad en las sustancias sintéticas de laboratorio, ya que en cierta medida es cierto que algunos problemas que se nos presentan en la vida quedan de esta manera cubiertos por esta capa de barniz. Sin embargo, no necesitamos un producto que sirva temporalmente para dar brillo a un color que aparentemente se ha desgastado, sino que lo que necesitamos más bien, son medios eficaces que sirvan en este caso como decapantes, para poder llegar y tratar correctamente la base de cualquier problema que tengamos que hacer frente en nuestra vida. Es razonable que para poder hacer frente a muchos problemas que experimentamos en nuestra vida, no necesitamos de drogas que hacen que las personas queden inhibidas de la realidad, perdiendo de esta manera parte de nuestra personalidad y a su vez nos hagamos dependientes de éstas y al mismo tiempo del propio Estado. Tampoco necesitamos teorías científicas que no están fundamentadas desde la propia experiencia del terapeuta y que en este caso se ajustan supuestamente a un patrón común de nuestra conducta, para que terminemos ocupando un puesto más en un despacho, haciéndonos creer que los problemas tienen que curarse en vez de solucionarse. Lo que necesitamos más bien son hombres que sean verdaderos referentes, auténticos ejemplos a seguir, pues es sólo la virtud la que permite conducir a las personas que están perdidas en la oscuridad de esta vida hacia el bien y la verdad. La virtud es como un solar diáfano que linda con otros dos solares: la cordura y la locura. A un lado de la virtud se encuentra el solar de la cordura, que está directamente relacionado con la elocuencia y el buen juicio de un hombre que por su propia voluntad y con ayuda de la gracia de Dios comienza a aborrecer el pecado, para dejar de tener de esta manera su mente embotada. Y al otro lado de la virtud se encuentra la locura que tanto misterio entraña para el conocimiento humano, pues este solar sólo se puede acceder por medio de la seguridad que sentimos cuando nos apoyamos en Dios. Las seguridades que proporcionan las personas, las cosas de este mundo e incluso aquella que podemos poner en nosotros mismos son pasajeras, crean dependencia y por lo común dejan después una profunda huella de sufrimiento que provoca inestabilidad y mal estar psíquico, aunque la confianza en Dios nos mantiene en la frescura de la inspiración creativa, que es la que hace mitigar en gran medida nuestros propios sufrimientos. Gracias a la confianza en Dios sentimos esta seguridad que nace de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), haciendo que nuestra mente sepa caminar mejor sobre el suelo firme y cuando lo vemos necesario, nos permite desplegar las alas de la locura, pues, esto es lo que trata de decirnos san Pablo: «Nosotros [somos considerados] locos por seguir a Cristo» (1 Co. 4,10), y también: «¡Vedme aquí hecho un loco!» (2 Co. 12,11). La inspiración creativa es la más fructuosa de las terapias ocupacionales, porque es la que mejor nos hace crecer como personas, y es la que nos permite que nos elevemos a otros estados superiores de nuestra consciencia que para el hombre natural son incomprensibles. Esta incomprensión en la ciencia médica atea se debe principalmente a que estas personas que estudian la mente tienen reducido en gran medida el espectro de la realidad, lo que no les permite tener acceso a otros estados de consciencia más elevados que enriquecen y amplían nuestro conocimiento de la realidad material y espiritual. El colmo de la incomprensión de esta ciencia médica atea con tintes completamente materialistas ha sido cuando ha terminado patologizando lo que el hombre desde su inteligencia natural entiende como locura. Cuando san Pablo admite tanto en sí mismo como en los seguidores de Cristo esta locura que otras traducciones también interpretan como una pérdida del juicio, con razón algunos pueden discrepar desde el lado de la razón pura, ya que la mayoría de los cristianos no parecen estar locos, y esto es completamente cierto. Esta locura solamente se manifiesta al mundo cuando un cristiano es coherente con su fe y está completamente comprometido con Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14,6). Cabe la posibilidad de que los exégetas no hayan querido aceptar este misterio de la «locura» que el mismo san Pablo también experimentaba en su vida por el rubor que causa este término incluso para el propio cristiano. Multitud de traducciones actuales de la sagrada Escritura han sustituido el termino de «loco» en griego moría (μωρία), que en ocasiones adquiere un matiz negativo por ser sinónimo de «necio», «necedad», «impío» e «insensato», aunque la traducción que hacen los exégetas en muchos casos crea una gran confusión, ya que mientras: «Doña Necedad es chismosa, estúpida e ignorante» (Prov. 9,13), por otro lado el «justo» es relacionado con el «loco»: «Entonces el justo aguantará firme y lleno de confianza frente a los que lo oprimieron y despreciaron sus sufrimientos. Al verlo quedarán sobrecogidos de espanto, desconcertados por la increíble salvación. Y, cambiando de opinión, con el espíritu angustiado, se dirán: “Este es aquel de quien hace tiempo nos reíamos, a quien convertimos, insensatos, en blanco de nuestros insultos. Su vida nos parecía una locura, y su muerte, una deshonra. […]”» (Sab. 5, 1-4). Todo esto nos debe de hacer reflexionar que, aunque los cristianos debemos de hacernos necios para poder llegar a ser sabios (1 Co. 3,18), no podemos ni debemos autodefinirnos como hombres «necios» por el hecho de ser creyentes, tal como lo llegan a hacer multitud de interpretaciones escriturísticas «porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros» (2 Co. 5,13).       

          La locura entendida desde esta comprensión de Dios que en este caso reflejan las Escrituras, no está ligada a ninguna enfermedad de la mente, pues hay que entenderla como una meta y por tanto como un estilo de vida que deberíamos de alcanzar todos los cristianos, sin que nos cause ningún estigma ni complejo. El hábitat en el que se desenvuelve el hombre natural es definido desde su propia experiencia como “normalidad”. Por el contrario, los hombres espirituales deberían ser definidos por el amor, que es una experiencia que comienza desde dentro hacia afuera y esto es lo que nos libra precisamente de esta cosificación, pues sólo los objetos pueden ser homologados o normalizados, mientras que las almas tenemos una esencia que es única e irrepetible que no puede estar clasificada dentro de los moldes, esquemas y patrones que fácilmente nos podemos crear a nuestra medida cuando no vivimos el amor loco de Jesús. Cuando los hombres se encasillan en esta cosificación de su esencia, les impide poder madurar como personas y estos estados de inmadurez están estrechamente relacionados hoy en día con la predisposición a que podamos ser etiquetados definitivamente con una enfermedad mental. Aunque no sea percibido como tal en las academias lingüísticas, los cristianos especialmente debemos de tener muy en cuenta que el antónimo que mejor se ajusta a la realidad de esta “normalidad” es la locura, la cual debemos escalar por medio de la confianza en Dios y definitivamente alcanzar cuando eliminamos en nuestra vida la barrera de los respetos humanos con el fin de poder procurar por el bien supremo de nuestro prójimo. Esta locura por parte de san Pablo fue la que le hizo experimentar el Evangelio con viveza, es decir, sin la lacra de la tibieza y la mediocridad, pues gracias a esta viveza nos debería de costar menos meternos bajo la piel de san Pablo, que siguiendo este mismo hilo conductor también nos revela lo siguiente: «Destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde el intelectual de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría de este mundo? De hecho, como el mundo en su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso salvar Dios a los creyentes por medio de la locura de la predicación. Así mientras que los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabía que los hombres, y la debilidad divina más fuerte que los hombres. ¡Mirad, hermanos, quienes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien a los locos del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios a los débiles, para confundir a los fuertes. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor» (1 Co. 1, 19-28). Un teólogo como san Agustín, que es especialista en la tensión entre «ser cristiano» y «parecer cristiano», en su comentario a la primera carta a los Corintios, exhorta a todo cristiano a ser loco por Cristo («dic te stultum et sapiens eris»), pero hay que hacerlo, ante todo, realidad del corazón.

            Después de haber dado a conocer estas breves reflexiones que hacen referencia a la estructura de pecado formada por una élite médica atea y los intereses económicos de la industria farmacéutica, cabe decir que «aunque vivimos en la carne, no combatimos según la carne. ¡No!, las armas de nuestro combate no son carnales, antes bien, para causa de Dios son capaces de arrasar fortalezas. Deshacemos sofismas y cualquier baluarte levantado contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento sometiéndolo a Cristo» (2 Co. 10,3-5). Dicho esto, podemos esperar que mientras esta ciencia médica atea se mantenga enrocada en su sofisma, no podrá experimentar un verdadero cambio de paradigma, y por este motivo es razonable que podamos poner en duda y en cuestión de una forma particular la psiquiatría, si consideramos además que una parte de sus técnicas “terapéuticas” o “curativas” están fundamentadas en el miedo, la intimidación, la amenaza y la coerción. Muchos usuarios del sistema de salud estamos sometidos a estas circunstancias, cuando tenemos el valor de cuestionar y denunciar muchas de sus malas artes que tienen relación con estas prácticas. Puedo dar fe de esta realidad, ya que he conocido a un gran número de personas que también han sido objeto de coerción y, bajo la amenaza de ser encerrados en un psiquiátrico de larga estancia e incluso cuando también nos amenazan diciéndonos que podríamos ser tutelados por el Estado por orden de un juez. Todo esto por el simple hecho de no querer aceptar nuestra «enfermedad mental» según sus intereses creados, con todo lo que esto supone para nuestra libertad y nuestra estabilidad psíquica, aunque el verdadero concepto de enfermedad mental solamente podríamos aceptarlo cuando el hombre sin tener apenas consciencia de lo que hace, se enreda en multitud de vicios o desordenes que le conducen a su propia autodestrucción. Al respecto, podemos afirmar que el principal trastorno capital es aquel que se cita en una de las estrofas que hace referencia a un himno de la liturgia de las horas: «No es lo que está roto, no, la caja del pensamiento; lo que está roto es la idea que la lleva a lo soberbio». Esta ciencia puesta en duda ha sido ideada en parte para instrumentalizar la mente de aquellos hombres que sin necesidad de apoyos humanos se rebelan en contra de la falsedad, la injusticia y la corrupción que asola nuestra sociedad. Su lado bueno no oculta que es una herramienta diseñada para quitar del medio social a las personas que molestan y se atreven a enfrentarse a este mundo cuestionándolo de formas diversas. Aunque encontremos personas que no consigan ver esto con su inteligencia o no lo quieran llegar a reconocer, la historia nos da constancia de que este ha sido uno de los primeros instrumentos sociales modernos al servicio de la cultura de la censura o la cancelación. A los cristianos que les parezca indiferente o piensen que no va con ellos esta injusticia que experimento como un miembro más que forma parte del cuerpo místico de Cristo, deberían de lamentar pensar esto, ya que aquellos que verdaderamente se comprometen con Él, deberían de estar preparados no sólo a ser excluidos y oprimidos por nuestra locura, tal como lo llegó a experimentar nuestro Señor Jesucristo en su vida (Mc. 3,21), e incluso también en su Pasión y Muerte (Lc. 23,11), sino también a padecer los sufrimientos de cárceles y otro tipo de cadenas diseñadas para someter químicamente a las personas. Con esto pongo de manifiesto que esta herramienta de control social al servicio del Estado siempre ha sido un freno para las personas que con valor y sin tener necesidad de apoyos humanos denuncian las injusticias del mundo, y esto no podemos negar que supone un dique de contención para todos los cristianos que han adquirido el don de la vocación profética que nos ha sido concedido en el momento de nuestro bautismo y que tantos han dado sepultura por causa de la comodidad, la tibieza y la cobardía. Cabe la posibilidad que para muchas personas creyentes que viven acomodadas en la “normalidad”, gran parte de estas reflexiones han podido tener la suficiente fuerza como para poder quebrar su lógica. Si se ha llegado a producir esta rotura en su razonamiento, ciertamente podría repercutir en un resultado positivo, ya que lo que he tratado de hacer es un diagnóstico profundo que parte del camino paralelo entre la salud mental con la consecuente necesaria reforma que en cada momento de la historia ha estado necesitada la Iglesia Católica. Puede sorprender que lleguemos a afirmar que debería de existir una mayor preocupación por parte de la Iglesia en el campo de la salud mental, ya que es necesario que podamos darle prioridad en primer grado, muy por encima de todos los problemas que nos enfrentamos en la actualidad, pues aunque no tenemos duda de que el cuerpo también es muy importante, ¿de qué nos podrá servir éste si no conseguimos el cuidado integral entre el alma y nuestro espíritu, para poder atenuar los efectos del pansexualismo, la apostasía generalizada, las rupturas matrimoniales, los abortos practicados en masa, la destrucción de las familias, la corrupción de menores, el desmesurado incremento del índice de violencia, etc.?

En el Evangelio, Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos y roguemos por los que nos calumnian y persiguen (Mt. 5,44). También nos dice en este mismo Evangelio que, cuando nos persigan en una ciudad, huyamos a otra (Mt. 10,23). La presión provocada por este seguimiento de mis pasos hizo que tomase la decisión de trasladarme en el año 2016 al pueblo de mi madre en Almonte. A pesar de padecer y seguir padeciendo esta persecución psicológica como una realidad que para muchas personas pasa desapercibida, su lado bueno es que puedo dar gracias a Dios, ya que esto es lo que ha mantenido despierta mi fe y me ha ayudado a agarrarme con más fuerza a Él, «pues para los que aman a Dios, todo les sirve para bien» (Rm. 8, 28).

Quiero dejar claro que para mí el milagro más grande de mi vida no ha sido poder contemplar la luz del Sol sin padecer daños oculares, sino que desde aquel preciso momento en el que tuve esta gracia inmerecida, comencé a ser una persona libre, ya que por medio de los Sacramentos que la Iglesia administra, he podido conservarme en perfecta continencia. Una de las profecías de san Nilo en el siglo V sobre los últimos tiempos, anuncia que las pasiones carnales nublarían la mente de los hombres. Esta profecía sin duda apunta de una forma especial a nuestro tiempo presente, pues ahora resulta que, cuando se habla con franqueza por el bien ajeno denunciando los pecados de la promiscuidad, la sexualidad sin frenos y toda esta clase de vicios relacionados con la impureza, padecemos la censura de diversas formas y el martirio de la coherencia, muchas veces con la imposición de tener que pagar multas cuantiosas o penas de cárcel por esta u otra causa noble parecida. Esto es sin duda un signo claro de que vivimos en una sociedad decadente como nunca se ha dado en toda la historia. Hoy en día no es raro que se presuma de estas perversiones, desviaciones y descarriamientos, «porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal» (Flp. 3,18-20). Si no hubiese hablado con claridad tal como procede dando mal ejemplo una buena parte de la jerarquía eclesiástica entre muchos fieles laicos que imitan su conducta emulando a los perros mudos, no sólo estaría faltando a la caridad, sino que además sería un mentiroso, un cobarde y un traidor. Creo que se podría comprender mejor mi conducta durante estos momentos críticos que he tenido en mi vida si tenemos en cuenta una de las muchas exhortaciones de santa Catalina de Siena, cuando nos dice: «Basta de silencios, ¡Gritad con cien mil lenguas! Que, por haber callado, el mundo está podrido».

Este breve testimonio recogido aquí, resume a grandes rasgos lo más importante de la vida de un espíritu libre que busca desinteresadamente la libertad para otras personas. Cada cual debería de saber ahora mejor de qué lado está, pues con esta intención de denuncia me desmarco de las obras infructuosas de la oscuridad, «No tengáis nada que ver con las obras infructuosas de la oscuridad, sino más bien denunciadlas, porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto. Pero todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible,  porque la luz es lo que hace que todo sea visible. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo». (Ef. 5,11-14).Además de las razones expuestas antes de comenzar este testimonio, también he tratado de poner mi granito de arena para que se pueda volver a construir una sociedad que de nuevo valore las virtudes de la pureza y la castidad, pues si seguimos callando por miedo o vergüenza, deberíamos de saber que estaremos contribuyendo aún más con el crecimiento de la corrupción en este mundo. De igual manera lo he compartido con la intención de querer denunciar la persecución abierta e incluso silenciosa que sufrimos millones de cristianos por amor a la Verdad que es Cristo, así como para otras muchas personas de buena voluntad. Todos los hombres estamos llamados a una misión en nuestra vida y entre estos motivos que acabo de enumerar, después de haber conocido a lo largo de todos estos años a personas a las que no se les reconocen ni se respetan sus derechos, seguiré tratando de defender con todas mis fuerzas y con la ayuda de Dios el mal trato que se da a las personas que somos etiquetadas socialmente con una «enfermedad mental», según el criterio interesado de las élites médicas y la industria farmacéutica corrupta, para poder conseguir al menos que se nos reconozcan los mismos derechos conseguidos por el colectivo de personas con tendencia homosexual, los cuales han estado también diagnosticados desde los comienzos de la psiquiatría moderna como enfermos mentales. Me sentí llamado también con fuerza a esta misión después de mis primeros ingresos y tras haber conocido en la sagrada Escritura el ayuno con el cual podemos agradar más a Dios, que en definitiva son deseos divinos por los cuales estamos llamados a cambiar este mundo para: «romper las cadenas injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo» (Is. 58,6). Es importante resaltar que en ningún momento se ha hecho aquí un juicio contra las personas que ejercen como psicólogos o psiquiatras, aunque era necesario que pusiéramos en cuestión su sistema, con el fin de que los cristianos podamos ofrecer también una orientación para que se puedan aplicar soluciones reales y efectivas a los problemas de salud mental.  En este sentido habría que decir que, es posible que ciertas afirmaciones que se han vertido interpelen con fuerza a las conciencias, siendo esta parte de nuestra misión, como católicos estamos llamados a ser tolerantes con el pecador, pero nunca con el pecado, para poder construir todos juntos un mundo mejor.

 Quisiera concluir este testimonio manifestando que con independencia de haber estado dedicado al servicio de voluntariado en residencias de ancianos durante estos últimos quince años y de colaborar en lo que se me ha pedido en las necesidades de la Iglesia, puedo afirmar que nunca he buscado voluntariamente la soledad, aunque me la he creado yo mismo en la medida que he ido perdiendo el temor a ser un signo de contradicción para el mundo y, en parte también para la Iglesia contemporánea, cuando he anunciado la Palabra y al mismo tiempo he denunciado con parresia las injusticias. Esta es una prueba más que deben de tratar de superar aquellos que luchan contra su propia tibieza y que tampoco entran en diálogo con el pecado que por desgracia son pocos (Mt. 22,14), siendo éstos los mismos que se esfuerzan por entrar por la puerta estrecha (Mt. 7,13) para encontrarse al final del camino con la compañía que tanto anhela nuestra alma. Puede sorprender que un cristiano afirme que sin haberlo querido se encuentre solo en su desierto, aunque deberíamos de aceptar que cada persona es llamada por Dios por caminos diferentes, pero siempre teniendo un fin común, que en definitiva es resplandecer en medio de las tinieblas (Lc. 11,33), «reconstruir las antiguas ruinas, cimientos hace tiempo abandonados, reparar las brechas y repoblar lugares arrasados» (Is. 58,12). Como todo principio siempre es costoso el cambio, aunque ya no lamento nada, porque por medio de este desierto, puedo escuchar mejor la voz de Dios «por eso voy a seducirla, voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón» (Os. 2,16). Soy plenamente consciente que muchas de las reflexiones que hago abiertamente en este escrito y también en mi vida personal son políticamente incorrectas, y por esta razón se me han cerrado y se me seguirán cerrando muchas puertas, aunque confío que Dios hará crecer la semilla que ha puesto en mí de la manera que mejor le parezca y no según mis propios planes. Desde hace veinte años con sinceridad he tratado de asemejarme a Cristo, que, por ser el modelo de signo de contradicción por excelencia, también es el primer modelo de incorrección política para su tiempo y para los postreros siglos vividos hasta el momento presente. Si Dios se ha valido inmerecidamente de mi persona para poder dar este mensaje, soy consciente de que éste puede ser mejor acogido por el mundo que por la propia Iglesia a la que pertenezco, aunque esto no me inquieta ni me añade preocupación, ya que Cristo siendo la misma Verdad, también se quedó solo en su Cruz, abandonado por la mayoría de sus amigos, seres queridos y por los fieles que profesaron su religión durante su paso por esta vida. Él nos enseñó que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn. 12,23-24). Precisamente entonces, en la prueba y en la soledad, mientras muere la semilla, es el momento en que brota la vida, para poder dar fruto maduro en su momento.   

¡

¡Oh bendita entre todas las mujeres, que vences en pureza a los ángeles, que superas a los santos en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a una mirada de tu gran benignidad, pero se avergüenza al espectro de tan hermoso brillo. ¡Oh Señora mía!, yo quisiera suplicarte que, por una mirada de tu misericordia, curases las llagas y úlceras de mis pecados; pero estoy confuso ante ti a causa de su infección y suciedad. Tengo vergüenza, ¡oh Señora mía!, de mostrarme a ti en mis impurezas tan horribles, por temor de que tú a tu vez tengas horror de mí a causa de ellas, y sin embargo, yo no puedo, desgraciado de mí, ser visto sin ellas.

Oración a la Stma. Virgen de san Anselmo de Canterbury

MATERIAL DE INTERÉS RELACIONADO CON ESTA TEMÁTICA

Danos locos, Señor, danos locos…

¡Bienaventurados los locos por Cristo!

La locura de los hijos de Dios

La fábula de los santos locos

Santos locos, santa obscenidad, Joseph Beuys y accionismo vienés

La locura de los cristianos

La «Locura» de Dios (P. Eduardo Casas).

Los locos de Dios

Santos tontos

Para ser profeta hay que estar un poco loco.

Locos por Dios (Santiago Kovadloff)

Los locos por Cristo

La influencia de los ángeles en el psiquismo

De la acción de los ángeles sobre los hombres Suma Teológica I Qu.110 a.2

SABERES CRÍTICOS

No podemos estar de acuerdo en todo, aunque en estos espacios digitales abunda mucho material de interés general.
Lo más interesante de estos espacios críticos es que son completamente independientes y hasta donde podemos
saber no tienen ningún conflicto de interés gubernamental ni tampoco con la propia industria farmacéutica.

Al oír esto, Jesús les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mc.2,17)

Menos Medicinas Más Salud (No Gracias)

Mad in (S)pain (Locura, comunidad, derechos humanos)

Foro de Pensamiento Cristiano y Salud Mental

Primera Vocal (Colectivo Locomún)

AMSM Asociación Madrileña de Salud Mental

PostPsiquiatría

TecnoRemedio

La Otra Psiquiatría

VIDEOTECA


Psiquiatría y espiritualidad Entrevista al psiquiatra retirado Javier Álvarez (Fundador del la Asociación Nueva Psiquiatría)

Los terapeutas del desierto (la duda)

El cristianismo: Cinco enseñanzas para mejorar la salud mental

Tomismo, psicología y espiritualidad católica.

¿Es la psicología enemiga de la religión? 

La psicoterapia de santa Hildegarda de Bingen

Conferencia 1: “No busques al psicólogo, si quieres vivir sano”. Pbro. Adolfo María

Conferencia 2: “Para vivir feliz, no necesitas al psicólogo. Aprende a vivir contigo”.

Conferencia 3: «Aprende a sanarte del psicólogo»

Católicos en serio. Tema: «Cuándo la espiritualidad sana y la psicología enferma»

Conferencia: «Cuando la psicología enferma y la espiritualidad sana¨

El mejor video para entender la psicología social

DESCARGAS RELACIONADAS CON ESTA TEMÁTICA

Loco por Cristo

En la tradición, en san Ignacio y en el mundo de hoy. Trabajo fin de Master: Dominicus Savio Octariano Widiantoro (Universidad Pontificia de Comillas)

Diario de un loco por Cristo en Almonte

En este diario queda reflejado parte de la trayectoria de un loco por Jesucristo en el municipio de Almonte (Huelva). El autor trata de adaptar en lo posible su vida al Evangelio que cada día proclama la Iglesia. De ahí la idea de “La praxis de la lectio divina” con sus correspondientes meditaciones, comentarios y oraciones. Esta praxis en esencia consiste en encarnar en nosotros lo que recibimos diariamente por manos de los ministros ordenados que consagran las especies eucarísticas que por la acción del Espíritu se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La locura por Cristo consiste, por tanto, en dejarnos transformar por Aquel que recibimos, para ser otro Jesús. Esto se experimenta cuando dejamos de ser nosotros quienes vivimos, y en todo caso es Cristo quien toma nuestra voluntad, para que Él pueda comenzar de esta manera a vivir en nosotros (Ga. 2,20).

Estas lecturas pueden resultar ser una fuente de fuerza o un revulsivo para aquellos cristianos aburridos por sus esquemas mediocres, y acomplejados por los miedos al mundo, aunque con un vivo deseo de seguir manteniéndose firmes en el combate espiritual.

La filosofía y el discurso sobre la locura. Reflexiones desde Foucault

La presente tesis se articula en tres partes, que responden a tres momentos de mi reflexión sobre los locos, y que convergen en la necesidad de dar una nueva respuesta a este problema, respuesta que solo es posible desde la filosofía. Las tres partes en las que se estructura esta tesis pueden resumirse como sigue: una primera parte de contextualización, que sirve a modo de introducción, donde se sitúa el problema de la locura como un problema humano, y donde se explican las técnicas de análisis y crítica que van a desarrollarse en la tesis; una segunda parte que hemos denominado con la palabra crítica, y cuyo cuerpo lo constituye un análisis de la psiquiatría como una disciplina muy eficaz en el control de los locos, pero que resulta estéril a la hora de acabar con el sufrimiento real de los mismos; y una tercera parte que hemos denominado con la palabra reflexión, donde convergen las ideas de la esterilidad de la psiquiatría y la importancia de la locura como problema humano, como el problema del sufrimiento humano. La primera parte sitúa el problema, la segunda rompe con el derecho exclusivo de la psiquiatría para hablar sobre este problema, y la tercera es una muestra, a la vez que una reivindicación, de que la filosofía puede y debe recuperar el discurso y asumir la reflexión sobre la locura. Dicha reflexión está destinada a disolver la creencia de que el sufrimiento del loco no es el sufrimiento de un ser humano, y a sostener que la reflexión del problema de la locura debe ser comprendido dentro de la reflexión del problema del hombre

Psiquiatría y disidencia política

Tanto desde el mundo de la filosofía como desde el ámbito médico han existido innumerables voces críticas con la medicina en su rama psiquiátrica en lo que al cumplimiento de su función se refiere. Muchos han intentado dar cuenta de la incapacidad que arrastra la medicina mental en su objetivo de curación y terapéutica de los considerados locos.

Pero, ¿y si ese fracaso constante en la empresa de curar a los que ellos denominan enfermos mentales no proviene de su incapacidad, sino de que no es esa su verdadera misión? En este pequeño texto nos gustaría abordar otras posibles funciones de la psiquiatría, funciones políticas, en las que la medicina mental ha cosechado verdaderos éxitos en lo que al ejercicio del control social se refiere.

La Locura por Causa de Cristo. Análisis Comparativo Entre Simeón de Émesa “El Loco” y Diógenes de Sinope “El Perro”

El presente trabajo supone una aproximación al fenómeno de los saloi o locos por cristos. Una forma de monacato originada en oriente en la que el asceta se hace pasar por loco. Además el autor nos ofrece un estudio comparativo de esta “locura” y la del filósofo clásico Diógenes el cínico.

Locos y simples de Cristo en tres piezas dramáticas del Siglo de Oro

Análisis de tres comedias áureas vinculadas por su tratamiento de un motivo de larga ascendencia en la literatura hagiográfica: el tema de los locos y simples de Cristo. Se estudian dos piezas debidas a Lope de Vega (Los locos por el cielo y El serafín humano) y una tercera atribuida al Fénix, pero de autoría desconocida (El truhan del cielo o loco santo). El trabajo incluye un análisis de las fuentes de cada una de las piezas y un estudio del tratamiento individual que las mismas llevan a cabo del tema de la locura sagrada, a la luz de la tradición hagiográfica y literaria.

Análisis diacrónico del jurodstvo («locos de Cristo») como fenómeno sociocultural ruso.

El fenómeno del jurodstvo («locos de Cristo») constituye una manifestación religiosa peculiar de la Ortodoxia y presenta una repercusión especialmente notable en tre los eslavos orientales. El objetivo del presente estudio es encontrar un marco de interpretación adecuado basado en los desarrollos de la noción de sistema, intentando lograr una mejor comprensión de la complejidad representada en el fenómeno de jurodstvo como un fenómeno sociocultural, inmerso en un fuerte de dinamismo que avanza de forma cronotópica.
Con el fin de falsar el modelo propuesto se ha seleccionado un corpus de manifestaciones acotado en un amplio marco temporal que comienza e n el siglo XI y llega hasta nuestros días. Las principales fuentes analizadas son: los menologios de D. Rostovsky, A.N. Murav¿ev, Damaskin; la hagiografía de Xenia de San Petersburgo; las etnografías de I.G. Pry¿ov; y los casos registrados en la Prav oslavnaja Enciklopedija.
Cada capítulo de la presente tesis doctoral se compone de a) una contextualización histórica que fija los testimonios en espacio y tiempo, b) análisis cualitativo de los datos, c) confrontación con los resultados cuantitativos y c) cada capítulo se cierra con algunas observaciones parciales; no obstante, al final del trabajo hacemos una recapitulación de lo analizado y presentamos unas conclusiones finales del estudio llevado a cabo. Por último, se presentan los resultados del estudio cuantitativo en un resumen estadístico de los datos obtenidos.
Las principales conclusiones del estudio se centran en los mecanismos implícitos en las emergencias y desaparición de las manifestaciones, así como en su distribución temporal y geográfica. Se confronta la homogeneidad del arquetipo narrativo del jurodstvo con la hetereogeneidad de sus manifestaciones y se analiza sus funciones como objeto y sujeto de la historia, prestando especial atención a su interacción con el poder. Del mismo modo, se ha definido un proceso de feminización del fenómeno y la variación de las prácticas mágicas. El fenómeno se describe también en relación con los procesos de formación de la memoria colectiva trazando su consolidación física y su repercusión cultural.

Locura y Verdad. «Apuntes de un loco» de N. Gógol y otras efemérides

El presente artículo aborda la concepción de la locura tal como puede leerse en algunas obras de la literatura rusa desde A. Pushkin a F. Dostoievski. Dicha concepción puede resumirse como fuertemente ligada al paradigma neoclásico, tal como lo analiza M. Foucault en La historia de la locura en la época clásica, es decir, no se trata todavía de la concepción clínica posterior del siglo XX, si bien el siglo XIX es en buena medida un tiempo de transición. Para ello, se analiza la circulación y presencia de ciertos discursos políticos, filosóficos e ideológicos, así como las figuras del genio y el profeta, los cuales atañen a la concepción de la locura en el período abordado, en algunas obras literarias de Pushkin, Gógol y Dostoievski.

La invención de trastornos mentales ¿Escuchando al fármaco o al paciente?

La invención de trastornos mentales ¿Escuchando al fármaco o al paciente?

El tema de este libro es en primera instancia el desenmascaramiento de las prácticas clínicas. Tanto de la psiquiatría como de la psicología por medio de las cuales se inventan trastornos mentales. Las prácticas clínicas se excusarían decir forman parte de todo un entramado que incluye la investigación científica, la industria farmacéutica el estatus de los profesionales implicados la política sanitaria, la cultura clínica mundana y en fin, la sensibilidad de los pacientes.
Con todo, el tema del libro es, en última instancia, el planteamiento de la naturaleza de los trastornos mentales y de su tratamiento. A partir de lo que revela el desenmascaramiento realizado. Lo que se propone de relieve por todos los lados, es que los «trastornos mentales» lejos de ser las supuestas entidades naturales de base biológica que buena parte de la clínica actual (en convivencia con la mayoría de los pacientes) pretende hacer creer. Serían entidades construidas de carácter histórico-social más sujetas a los vaivenes de la vida que de lo de los desequilibrios que de la neuroquímica. El hecho de que sean entidades construidas no si no priva para nada a los trastornos de entidad real. Ahora bien, su carta de realidad sería de otro orden más bien de orden de orden, del orden de los problemas de la vida que de la biología o de la persona que del cerebro.